Fernando tiene una certeza, lo que se dice “un conocimiento seguro y evidente de que algo es cierto”.
Entonces anda por la vida con la premisa de convencer al mundo de su credo: “Que los aluxes sí existen”.
Sin embargo, no es tarea fácil. Fernando no es científico ni historiador. Ni tampoco un estudioso empírico sobre el tema ya que, debe confesar, nunca vio a alux “en vivo y en directo”. Sin embargo eso no le hace mella y continúa con su misión de contarle a todo el que se cruza por su camino sobre estos duendes o entidades espirituales de la mitología maya que andan por ahí, algunas veces congraciándose con los humanos y otras no tanto…
Aunque dicen que los niños, los locos y los borrachos siempre dicen la verdad, la empresa de Fernando de convencer a todos sobre la existencia de los aluxes se hace más difícil cuando el que profesa esta verdad, oriundo del municipio de Chapab, en el sur de Yucatán, tiene sólo nueve años.
Hace unos días, su maestra Ileana Cervera Pacheco, escuchó otra vez al niño hablar sobre estos duendes mayas, así que le siguió el juego:
“A ver, Fernando, cuéntame… ¿Cómo son los aluxes?”, le preguntó la docente.
“Yo nunca vi a uno, maestra, pero sé que son chaparros”, le contestó el niño, entusiasmadísimo con la plática.
“¿Y qué hacen?”, continuó la maestra.
“Cuando están encabronados porque no se riegan los sembrados, ven a las personas y les arrojan piedras. Yo no voy a jugar por donde andan porque les tengo miedo, maestra”, contesta, serio.
Para seguirle el juego, la docente se muestra escéptica:
“Mmm… A mí me parece que son cosas tuyas esto de los aluxes, Fernando… Yo creo que no existen”, le dice a modo de chascadillo, para medir al niño.
“Que sí existen, maestra, que sí ¿Sabes qué? Un día te voy a invitar a mi casa para que vayas cerca de los sembrados y como los aluxes no te conocen, te van arrojar una piedra en la cabeza”, le contesta entre risas.
Un poco más seria, la maestra Ileana le pregunta:
“Sí existen pero nunca los has visto, ¿entonces son como Dios?”
“Eso, maestra, ¡diste en el ix la’ clavo!, le responde Fernando, feliz de la vida.
Fernando Pacheco es un niño feliz, risueño, con muchas ganas de aprender y lleno de vida. Sin embargo no le tocan tiempos fáciles de vivir: hace unos meses comenzó con fiebres muy altas y sus papás Fernando y Griselda lo llevaron al médico de su comunidad. Las medicinas que le recetaron no fueron efectivas: las altas temperaturas no se iban de ninguna forma. Entonces fue trasladado al Centro de Salud de Ticul donde, luego de unos análisis de rutina, los galenos decidieron derivarlo al Hospital O’ Horán, en Mérida. En enero pasado el diagnóstico fue rotundo: leucemia linfoblástica aguda.
Estuvo ingresado durante 25 días en la Unidad de Oncología Pediátrica para recibir el tratamiento pertinente el cual durará, aproximadamente, tres años. El día que le dieron el alta, el niño de la mirada curiosa y la sonrisa grande estaba feliz de la vida. Volvería a su tierra y, quien sabe, quizás se toparía con algunos aluxes de los buenos…
Fernando nació en una familia maya. Su papá trabaja la tierra, su mamá es ama de casa y tiene dos hermanos. La familia no cuenta con Seguro Social. Viven en una casa de dos piezas, una de lámina (la cocina) y la otra de cemento –hecha por el Gobierno- que consta de un baño pequeño.
Desde enero y cada 15 días, regresa al Hospital O’Horán para su tratamiento, bajo la supervisión del doctor Francisco Pantoja Guillén. El viaje a la capital del Estado lo hacen en ambulancia y dura aproximadamente 1:20 horas. Muchas veces viajan cómodos y otras no tanto, ya que el transporte de salud lleva a otros pacientes y terminan todos “achocados”, cuenta el niño.
En el Hospital O’Horán, Fernando disfruta mucho de las clases del aula hospitalaria a través del programa “Sigamos aprendiendo en el hospital”. La maestra Ileana cuenta que el pequeño está informado sobre su enfermedad, es consciente de que su vida ha cambiado, se muestra contento y dice “que todo va a salir bien”.
“Hoy día lo que más extraña Fernando es jugar pelota, divertirse en el lodo –uno de sus atracciones favoritas- y comer frijol con puerco”, cuenta la maestra.
También lo describe como a un niño que se lleva bien con todos (especialmente con Henri, otro pacientito que ingresó el mismo día que él), que le gusta compartir y aprender.
“Una de sus pasiones recientes es la computadora. Así que cuando termina la tarea me pide que le enseñe a usarla”, agrega Ileana.
Fernando no sólo es fanático de los aluxes y de la tecnología, también es un niño bilingüe. En su pueblo todos hablan maya y cuando interactúa con gente que no habla su idioma nativo, se desenvuelve perfectamente en español. También disfruta de las fiestas tradicionales y hace una excelente pareja con su hermana para bailar Jarana. Asimismo le encanta vestir el traje típico maya en las fiestas de la iglesia o para alguna celebración tradicional como el Hanal Pixán (Día de Muertos).
A pesar de su origen maya, los papás de Fernando no optaron por las medicinas tradicionales para tratar la leucemia de su hijo, ya que la enfermedad se presentó de manera rápida y agresiva. Toda la familia está convencida de que el tratamiento que recibe Fernando en el Hospital O’Horán lo va a curar definitivamente.
Mientras tanto, el pequeño estudioso de los aluxes no se cansa de dar rienda suelta al tema que tanto le apasiona. Él, Fernando, el del nombre de pila español -de origen germánico- que significa “audaz”, “valeroso” o “temerario”. Un nombre que le va como anillo al dedo a este pequeño-gran guerrero, todo un ejemplo de vida y fortaleza como el de muchos niños yucatecos que conviven a diario con el cáncer y que sueñan con aluxes.
¡La mejor vida para el audaz y valeroso Fernando!- Viernes 13 de abril de 2012. Sigue a Cecilia en Twitter @cecigo_72