En la primera reunión para organizar el Festival Maya Independiente uno de los asistentes se presentó a la asamblea de la siguiente manera:
–Bueno –comenzó titubeando–. Yo soy medio español y medio maya, y enseguida dijo su nombre y apellidos.
Lo ocurrido generó risas por la espontaneidad, pero en el fondo movió a la reflexión pues ese detalle puso sobre la mesa el tema esencial del Festival Independiente: ¿quiénes somos los mayas?
A parte de lo que digan los demás sobre nosotros, amigos y enemigos, la mayoría de los mayas yucatecos nos identificamos de la siguiente manera.
Hablamos maya. Por esta razón cuando nos reunimos hablamos en nuestro idioma y cuando escribimos en las redes sociales también lo hacemos en maya, y aunque a veces no sigamos muy a pie juntillas las reglas de normalización de la lengua “nos damos a entender”. No obstante, lo esencial está ahí: hablamos y escribimos nuestra lengua. Somos mayeros.
Tenemos apellidos mayas. Los que cursamos la Primaria y posteriores en una escuela medianamente urbanizada sabemos lo que esto significa: burlas de los compañeros y vergüenza nuestra cuando el profesor apenas puede decir correctamente nuestro apellido como si fuera culpa nuestra que no supiera hablar maya (leer, menos).
Pero en algún momentos llegamos a enorgullecernos de estos apellidos que nos emparentan con los mayas ancestrales, los milenarios constructores de las pirámides, y nos reconocemos mayas.
Es verdad también que hay mayas con un apellido en castellano y también hay mayas con dos apellidos castellanos porque lo maya también se lleva en la sangre y en el entorno en donde crecimos. (“¿Quién es hoy día un maya puro?”, exclaman algunos cuando así les conviene.)
Los mayas creemos y vivimos nuestra tradiciones. En el mes de noviembre celebramos a nuestros muertos, el Janal Pixán, de vez en cuando participamos en un jets’lu’um, esa ceremonia en que se hace una especie de exorcización de la tierra, y acaso nosotros mismos hayamos sido hechos jets’méek’, ese ritual en que nuestro padrino nos puso a horcajadas por primera vez en su costado y nos colocó en las manos por primera vez un lápiz o una coa. En fin, visto desde afuera, somos todavía unos “supersticiosos” a quienes la educación castellanizadora no ha logrados civilizar del todo.
Nacimos en un pueblo y vestimos humildemente. Nuestra cosmovisión lo aprendimos en casa (leyendas y mitología), nuestras tradiciones las heredamos de los abuelos y de papá y de mamá. La comunidad termina por imprimir en nosotros los rasgos culturales esenciales de ser maya.
Asimismo, los que nacimos en el pueblo crecimos vestidos pobremente y acaso sigamos vistiendo de esa manera durante gran parte de nuestra vida. Nuestra vestimenta es acaso confeccionada en casa por nuestra propia madre o hecha por un sastre que rara vez tiene un buen acabado.
Y aunque estas dos condiciones cambian con los años (nos trasladamoa a la ciudad y “mejoramos” nuestra vestimenta), nuestra identidad está formada.
Como quiera que sea, en el Festival Maya Independiente de la Cultura Maya de Yucatán todos estamos invitados a participar porque los mayas siempre hemos sido interculturales (aunque esta palabra sea relativamente nueva) y porque reconocemos que tenemos muchos amigos.
Un ensayo completo sobre el tema se llama “Ser maya en Yucatán”, de Jesús Lizama Quijano, en donde he tomado las ideas centrales del post, y está contenido en “El pueblo maya y la sociedad regional”, 2010, Ciesas Peninsular.