Viramos espontáneamente y nos metimos a aquella vereda que nos llevaría a la iglesia bonita y misteriosa, a las cuevas que son guarida de las serpiente aladas y a las grutas que guardan “símbolos que no se pueden leer”. No formaba parte del itinerario esta ruta, pero es tan placentero romper la bitácora y liberarse de los relojes y de la señal de telefonía (lo cual no fue muy difícil).
En el camino blanco, suficientemente transitable, apenas teníamos visibilidad porque las yerbas de un lado del camino hacían sombra con el Sol que ya declinaba.
–¿Oyes los grillos y las cigarras? –pregunté a mi compañero de viaje.
–Sí.
–¿Qué nos dice hoy el canto de la cigarra? –le bromeé, porque quién no sabe que el Arux Duende del Mayab es un experto en interpretar el comportamiento de los animalillos y de los pájaros de monte para pronosticar lluvias o sequía.
–Hoy anuncia fresco –respondió, creo también en broma.
Recorrimos el camino con emoción porque era nuevo para nosotros. El aire fresco de la tarde, el olor dulce y persistente de alguna planta desconocida por nosotros, pero también la cautela porque de pronto aparecía alguna vaca pacífica en el camino. Pero no tan pacíficas según supimos luego.
Los que dicen que nuestra cultura maya se está extinguiendo lo dicen porque no conocen los caminos del Mayab. Más en el sur, hace algunos meses, un poblador nos mostró sus “ídolos” que rescató del sitio en donde hace su carbón. “Queridas deidades, no los dejaré aquí. Los llevaré a mi casa para adorarlas como debe de ser”, había dicho el hombre y nosotros vimos en su mesa de santos un grupo de piedras pulidas de formas caprichosas.
Y ahora nos íbamos a encontrar con unos hombres que nos dejarían maravillados con lo que iban a mostrarnos. “Escúchenlos pero no les crean todo”, nos aconsejó alguien más del siglo mientras nuestro interlocutor nos hacía una especie de sinopsis del manojo de historias y descripciones geográficas.
Pero lo que más atrajo la atención del cronista es la historia del wáay.
A las puertas de su casa, nuestro amigo había cultivado varias plantas. Plantas que para el ignorante no significaban nada pero que él había elegido cuidadosamente: espino de subín, tankasche’, ya’axjalal, sábila en los cuatro puntos cardinales y otras que no supe reconocer …
“Con esto, nada maléfico podrá entrar a tu casa”, nos presumía al principio, antes de hacernos la descripción del sentido de las plantas. “Una mata de subín a cada lado de la puerta de tu casa y una matita de sábila a cada lado, eso impedirá ¡garantizado! la entrada de cualquier ser diabólico a tu casa”, nos comentó.
“Hay algunas noches en que de pronto comienza a sentirse un hedor insoportable, un olor nauseabundo mezclado como de lodo podrido, muy penetrante, y los perros enloquecen y lloran mientras algún animal superior a ellos los vapulea.
Luego esa cosa corretea alrededor de la casa haciendo retumbar su patas, y después de un rato se retira no sin antes vapulear de nuevo a los perros que están apretujados contra la puerta. Yo permanezco dentro de la casa, asustado pero muy confiado porque estoy protegido”, señaló.
“Estoy muy tranquilo porque esa cosa podrá venir a amedrentarme pero de aquí no pasa”, afirmó mientras mostraba las plantas que rodeaban la casa.
Hace muchos años alguien me regaló un santo, dijo aunque la expresión quedó ambigua porque no quedó claro si se trataba de un “santo católico” o un “santo pagano”. Pero no quiso seguir hablando del asunto porque viró rápidamente el sentido de la charla.
–¡Lástima que mi “santo” sólo me procura salud, no dinero… ¡
Paseamos hasta muy noche en el misterioso poblado y en varios momentos quise sonsacarle más información sobre el wáay, sin mucho éxito.
–¿Por qué crees te viene a molestar a ti y no a otro?
–Hay gente mala nada más. Quiere hacer mal y le paga a los brujos para que le hagan el trabajo sucio.
–¿El wáay será de aquí?
Silencio.
–¿Será un hombre o una mujer?
–Algunos rumores indican que es una mujer, una anciana muy poderosa. Consulté el problema con un abuelo sabio de otro pueblo y me advirtió: “Cuando sientas ese olor y comience el vapuleo de los perros y las carreras, nunca te vayas a atrever a abrir tu puerta, porque el aire que despide es fatal. Tal como lo describes, ese wáay es uno de los más terribles”.
Nosotros apuramos el paso para salir lo más pronto posible de aquel lugar (que habremos de visitar de nuevo, desde luego). ¡Tan rápido que el cronista se olvidó de recoger unas plántulas “antiwáay” que le habían regalado!
Sabido es entre los mayas que un wáay es un hombre con poderes extraordinarios que tiene la capacidad de metamorfosearse en un animal, ya sea un perro, gato, chivo, cerdo. Y sale a las calles a cometer fechorías. Se meten en las casas y vomitan, defecan y lamen a sus víctimas para hacerles mal. Muchos días de este “tratamiento” debilitan a la víctima y podría morir si no es atendida por un hombre sabio que sabe curar estos maleficios.
Hay varios “contras” para el wáay, desde ponerse al revés las ropas para que la cruz de las costuras los ahuyente, prenderlo con un lazo hecho de cierto algodón virgen de los montes, diseminar ceniza alrededor de la casa para observar por dónde entra y cazarlo con una bala curada con cera de abeja melipona. O bien, pintar de blanco las albarradas o usar rejas tejidas de un bejuco que crece en los montes altos.
Es común la creencia de que un wáay se transforma a la media noche dando doce volantines y que para volver a su estado normal hace de nuevo los doce volantines pero en sentido contrario. También se cree que aunque los baléen, los wáay mueren invariablemente en su casa.
Los estudiosos de la escritura antigua de los mayas (los glifos, la epigrafía) saben de la existencia de los wáay por dibujos encontrados en cerámicas, pero su explicación es un poco diferente aunque sin duda se trata de los mismos personajes de la noche.
Arribamos a la ciudad blanca poco antes de la media noche con la memoria de la cámara fotográfica repleta, el olor de una extraña planta que nos cautivó y en la imaginación el wáay dando vueltas alrededor de la casita de nuestro amigo al que volveremos a visitar pronto pero ¡en pleno día.
José Natividad Ic Xec
José Natividad Ic Xec es director de elchilambalam.com y mayapolitikon.com
En la antigua tierra westerosi, los llamamos wargs
Me encanto este articulo. Gracias x publicarlo