Escribir en nuestra lengua originaria es hoy día una especie de guerra, e implica reconocerla primero como una lengua –superando la barrera de la discriminación–, reafirmarla en nosotros e ingeniárnosla para que el pueblo la escuche y aprecie, afirma la escritora oaxaqueña Celerina Sánchez Santiago.
En mi caso, “no sé si escriba bien o escriba mal, pero yo voy a escribir”, había decidido en un momento de su vida y lo sigue haciendo. “Nunca pensé ‘voy a hacer un libro porque voy a publicar’, no. Sólo pensaba voy a escribir. Es una necesidad mía. Les voy a demostrar [a sus detractores] que se puede escribir en mi lengua y les voy a demostrar que no es verdad que sea una lengua pobre”, que no es verdad que mi lengua sea un dialecto como dicen. Asimismo, nosotros no somos mixtecos. “La palabra mixteco no existe en nuestra lengua. Nuestra palabra para autodenominarnos es ñu savi, tu’un savi, san savi, como el pueblo de la lluvia, el idioma de la lluvia”.
¡Que escriban. A veces uno tiene miedo a escribir. En estos tiempos… esto es como la guerra. Estamos en tiempo de guerra para rescatar nuestra lengua! Se trata de escribir, incluso una receta. La cuestión es usar la lengua!
En breve charla en un domicilio particular en Mérida, donde se hospeda, la poetisa que se autodenomina nu’un savi [no mixteca, como se pretende oficialmente] nos habló sobre sus principios como escritora, los desafíos que tuvo que superar para ser hoy reconocida como tal y la actitud que debiera tomar actualmente un escritor de un pueblo originario.
Nacida en un contexto social donde la lengua indígena era fuertemente prohibida, Celerina Patricia Sánchez Santiago vivió más agudamente la marginación. “Me tocó una época en que se nos prohibía hablar nuestra lengua”, cuenta. Pero si muy joven tuvo conciencia de la belleza de la palabra mediante la lectura de fragmentos que conoció en sus libros de texto, también muy pronto se dio cuenta que como escritora no tendría un lugar entre los que escribían en español porque no era una “mestiza”, a lo que se añadía que hablaba mal el español y desconocía la gramática. Paralelamente a estas experiencias de marginalidad e identidad, iba reconociendo que lo suyo era su lengua materna, su idioma tu’un savi.
Muy joven emprendió Celerina la tarea de explorar el valor y los alcances de su lengua materna. (“Pues por qué le llaman dialecto, pues ¿qué no la hablo con mi lengua?, razonaba una Celerina quinceañera, lo que iba marcando, sin saberlo, la ruta de la lingüística como disciplina que luego tomaría).
Contra las advertencias de la familia, Celerina se adentró en la escritura de su lengua. La acusaron de no querer que la familia se superara, pues insistir en hacerse un modo de vida basado en el cultivo de su lengua materna era rezagarse. Sin embargo ello no la hizo desistir. “Mientras más me decían que nuestra lengua no tenía las voces para explicar el mundo como lo hace el español, más me empecinaba en rebuscar nuestras palabras más difíciles para demostrarles que también nosotros podemos”, cuenta.
–Tu escritura no es indígena –le dijeron los que “saben”, principalmente los indígenas. Pero eso no la amedrentó.
En su opinión, el obstáculo más difícil que superó para seguir su vocación de escritora en su lengua originaria fue la oposición de su propia familia. Su padre siempre quiso disuadirla (¡tú estás loca!); un hermano suyo que era profesor egresado de una Normal la acusó de querer mantener a la familia en la marginación.
–¡Efectivamente: estoy loca! –le respondía a su padre.
Luego vinieron otros tipos de obstáculos pero todos fueron superados con trabajo decidido y constante. “Lo que hoy soy es fruto de dieciocho años de trabajo”, cuenta. Tras una época oscura por no haber nada más que hacer (terminadas las oportunidades de educación a los 19 años de edad), comenzó a escribir de lleno a los 28 años y a darse a conocer a raíz de un “debut” en una actividad cultural en su natal Mesón de Guadalupe, distrito de Santiago Juxtlahuaca, Oaxaca. Y cuando esto sucedió “tenía bien claro que mi escritura sería en mi lengua materna”, recuerda.
Su primer lectura, Mujer de cabellos largos, la hizo en un evento cultural de su natal Mesón de Guadalupe, en 1997, animada por sus amigas, y sus primeras publicaciones las hizo en El bisturí. A párrafo abierto, un periodiquillo nacido de un taller en el que participó.
Después de abrirse camino con la orientación de alguna persona conocedora del mundo de la cultura, especialmente de la antropología, Celerina Sánchez logró culminar sus estudios de Lingüística en la Escuela Nacional de Antropología e Historia, en la ciudad de México, ¡y vaya que lo sufrió con creces, según cuenta! pero en 2006 pudo cosechar sus primeros reconocimientos al ser galardonada con el primer lugar en el “Quinto encuentro de poesía en lenguas indígenas”.
Celerina se toma un respiro y se levanta a preparar café que comparte con algunos panes dulces.
¿Qué actitud debe asumir hoy día un escritor que crea en su lengua originaria? No lo piensa mucho y responde contundente: “¡Escribir, escribir y escribir hasta que se le hinche la mano! ¡Hasta que se les gaste el último aliento, la última palabra!
Autora del poemario Inní Ichi (Esencia del camino), Celerina Sánchez trabaja actualmente en un puñado de poemas infantiles cuyas hojas anda con ella y nos muestra en la mesa, orgullosamente.
La escritora visita Yucatán invitado por los organizadores de la Feria del Dulce de Tinum (Campeche), donde este domingo pasado ofreción un recital poético.