De pronto se deshizo la luz.
La exclamación ¡ah! fue unísona y se escuchó desde el parque hasta los alrededores de la iglesia de Seyé donde el cronista mordía su segundo panucho con chipotle.
“No podía ser. Era demasiada mala suerte”, pensaría uno.
–Es como que se vaya la luz cuando celebras tu cumpleaños –equiparó alguien.
Pero la quietud privó un segundo, porque enseguida aparecieron los lámparas o focos de mano y las actividades continuaron en la semioscuridad: dos toritos fueron quemados en el atrio de la iglesia y la charanga tocó sin lamentos de falta de luz.
Después de evadir unos cohetones que el cuerpo del segundo toro pirotécnico disparó a los curiosos, el cronista echó un vistazo a los comerciantes foráneos instalados en la parte frontal de la iglesia y los juegos mecánicos cuyas luces de colores se apreciaban mejor en la oscuridad. Previsores, ellos traían sus plantas generadoras de electricidad.
Foco en mano, en la presidencia municipal había un hormigueo. Emisarios de quién sabe quien corrían de aquí para allá y los vendedores de cerveza casi empollan sus neveras para que no hubiera fugas.
Un anciano encorvado que está sentado al desnivel del palacio municipal confía ciegamente en el buen desenlace de la noche.
–Esto pasa cuando llueve, pero es arreglado rápidamente. Ayer (el jueves) no llovió aquí pero sí cayó cerca, quizá aquí en Ticopó, pero “los de la luz” de Hoctún vienen rápidamente a arreglarlo.
Y así fue. A las 10 de la noche y un minuto se escuchó de nuevo el suspiro de la gente cuando las lámparas se encendieron también sorpresivamente. Se había ido a las 9:12 minutos.
–La fiesta de aquí se pone buena –comenta el abuelo que finalmente habló de lo que quiso porque ignorando mis preguntas, me decía lo que le venía en la real gana.
–¿Mañana entonces es la primera corrida de toros?
–Ya lo verás si te esperas un rato –me respondía–. Ahora no ves a nadie pero en cuestión de minutos estos tres pasillos rebozarán de jaraneros. Vienen de todos lugares y vienen muy elegantes. Esto es todos los años. A mí me gusta mucho la fiesta; de joven también he bailado.
–¿Entonces usted era jaranero?
–¡Claro! Aquí los toros son muy bravos. Una vez en una corrida de Hocabá vi a un toro matar a tres personas. Se escapó, y como el ruedo no tenía protección afuera, el toro se fue sobre la gente. Primero levantó a uno, luego a otro y así mató a tres. No me acuerdo del año, pero los toros de esta región son bravos…
Los jaraneros comenzaron a llegar gota a gota. Unos se acicalaban parsimoniosamente al aire libre, frente al palacio. Poco después no desaprovecharon las primeras piezas y calentaron motores mientras llegaba lo bueno de la noche.
Algunas señoras y sus niños ya ocupaban un espacio en la banca de cemento, listos para la vaquería en honor de san Bartolomé Apóstol.
Una familia, todos jaraneros, llega arrastrando casi a sus niños.
–¿De dónde vienen? –les pregunto en maya y me miran con la cara de what?
–¿Que no habla maya? –pregunto de nuevo. Y sólo se miran y mueven la cabeza. Y el cronista se resigna a conversar en español.
Vienen de Chuburná Puerto. Salieron de ahí a las 9 de la noche, y pagaron un flete especial. Una niña de 10 años también bailará con ellas. No es la primera vez que baila la pequeña, ya lo ha hecho en otros lugares.
En el transcurso de la noche, los pequeños desfilarían acompañados de sus padres. De siete años quizás, doce o diecisiete… Niños y niñas. Algunas niñas claramente bailaban la primera vez porque seguían un poco temerosas los pasos de sus padres que las acompañaban en la gran noche.
La gente sigue goteando y el cronista se rompe la cabeza y las pupilas para dilucidar si éste o aquel terno es completamente xokbilchuuy (hilo contado) o son de puntadas grandes o son pintados como ya viene siendo de moda a causa de la flaca economía.
Todos llegan con lo mejor que tienen en casa. Ternos multicolores, joyas de oro bien amarillo o collares de tres vueltas de fantasía; rebozos de seda, enormes flores de vivos colores en la cabeza; los hombres con blancas camisas y blancos pantalones planchadísimos… No creímos notar demasiado los pañuelos, como sí es muy visible en Teabo.
Desde la banca de piedra uno escucha afinar a los músicos. Por un lado el orgulloso Arturo González y en el otro la “megasuperpoderosa” orquesta de Víctor Soberanis, como se anunciarían al tocar su primera pieza de saludo.
Confiesa el cronista que no sabe demasiado de orquestas jaraneras pero las primeras impresiones son importantes. Quince o veinte minutos después de las 10 de la noche, mientras quien esto escribe buscaba un buen ángulo para fotografiar la iglesia católica, Arturo González saludó y dedicó a la audiencia el Chinito K’oyK’oy. Pero cuando el cronista llega corriendo al lugar, constata que ha sido engañado: lo que suena es un audio… Y “pista” fueron las siguientes piezas hasta que le pasaron la estafeta a Víctor Soberanis cuyos músicos no lo pensaron mucho y después de anunciarse a sí mismos con bombo y platillo arrancaron en vivo haciendo retumbar el palacio municipal.
Si el cronista tuviera que contratar alguna vez a una orquesta, no hay duda por cuál optaría.
En un abrir y cerrar de ojos los pasillos se fueron llenando de jaraneros venidos de todas partes. Escuchamos anunciar a Acanceh, Tepich, Xocchel, Tizimín, Valladolid, Chuburná Puerto, Mocochá, Kanasín, ¡incluso de Campeche!, y en su momento entraron al son de la diana.
Músicos de Víctor Soberanis acompañaron a la embajadora de su casa a palacio y justo a la medianoche se terminó de coronar en los bajos del palacio rebosantes de jaraneros y catrines.
Tras el prácticamente inaudible mensaje de la embajadora entre la gente apiñada escuchamos el primero de una serie de estallidos que marcaron el inicio de la quema de juegos pirotécnicos.
El primer espectáculo fue ver quemarse una fila de fuegos artificiales colocados paralelamente a la fachada del palacio, de punta a punta.
Aún no se desvanecían el humo y el olor de la pólvora que lo inundaron todo cuando el cielo nocturno se iluminó con una bomba de luces multicolores que formaron figuras circulares que rápidamente sucumbieron para dar paso a otra y otra.
Cuando los estallidos aminoraron, que no se extinguieron, nuestra mirada se centró entonces en una plataforma a un costado del palacio donde se comenzaron a quemar, mientras giraban, varias figuras también multicolores… acompañados de esporádicos voladores que al reventarse iluminaban la cúpula celeste nublada.
La música jaranera, los estallidos, las luces multicolores, el olor a pólvora y la cercanía de tantas personas, todo junto, recrearon ese orgullo y sobre todo la alegría de estar viviendo una vaquería.
Las voces de la orquesta jaranera cobraron vida entonces y arrancó la vaquería formalmente con Aires del Mayab.
Para entonces muchos, si no es que todos, sonreían, aunque no todos jaraneaban.
La algarabía aumentó cuando anunciaron la quema de El Torito y mientras se escuchaba la emocionante jarana, una persona corrió de extremo a extremo frente a la fachada del palacio cargando el distinguido juego pirotécnico en combustión.
Tras esta muestra de cómo se inicia en Seyé la vaquería, los jaraneros regresaron a ser el centro de atención.
Jóvenes y jovencitas, niños y niñas bailaban junto a sus padres. Alguien ha traído consigo su pequeño asiento plegable que abre justo en donde baila para tomar un descanso.
Una madre con su pequeña en brazos se ha parado junto al cronista y éste –un poco renuente– tiene que cederle su asiento. “Tenga. Siéntese con la jaranerita”. Ella sonríe y ocupa la pequeña silla de aluminio.
Unos minutos antes, la señora, vestida de mezclilla y blusa roja, se había deslizado de entre la multitud y colocada de espaldas a las sillas de la pared, ya ocupadas todas. Deslizó disimuladamente a su niña al piso, sin decir nada. Para sorpresa nuestra a los pocos minutos la beba estaba bailando y chasqueando los dedos como hacían los grandes que casi la pisan. La madre la mira como si nada, pero expresa orgullo en el rostro. ¡Qué ejemplo!
A nuestra izquierda, una joven bien maquillada conversa con su novio que está vestido de guayabera manga corta y pantalón de mezclilla. Era harto gracioso verlos luego bailar con igual viveza ella con terno multicolor y él casi vaquero.
A las 12:30 am irrumpe la orquesta de Víctor Soberanis y como para demostrar quién toca mejor los Aires del Mayab, la ejecutan de nuevo con el pretexto de quienes están llegando todavía, de quienes no lo escucharon con Arturo González que había abierto la noche.
Los escuchamos de cerca, aquí mirando de frente a nuestro amigo del trombón. Y decidimos retirarnos terminando la segunda pieza, poco después de la 1 am.
La vaquería apenas estaba comenzando… Y la fiesta continuaría hasta el amanecer, perdonada primero por la lluvia que se detuvo a tiempo y luego por la falla eléctrica que duró casi una hora.