POR RODRIGO CHACÓN Es común entre la población mayahablante el desconocimiento de las posibilidades del idioma maya como lengua escrita. Fuera de la Península, muchos incluso ignoran que el maya se puede escribir.
Tales ideas sobre la maya podría denominarse productos de la “campaña de silenciamiento sistemático” de las expresiones de los pueblos originarios, campaña que tiene su origen en las políticas de José Vasconcelos en educación mediante la aculturación (“integración” y “modernización”, según él) de los pueblos indígenas.
Durante el siglo XX, el Estado Mexicano apuntó sus baterías a la erradicación de los espacios de reproducción de las prácticas culturales tradicionales de los pueblos originarios. La estrategia se llevó al cabo mediante el sostenimiento de una campaña de desprestigio contra las formas tradicionales en todos los frentes (llamar “charlatanes” o “brujos” a figuras como los J-meno’ob, los maestros prohibiendo a los niños hablar su lengua materna, el despojo de bienes culturales para “rescatarlos” y llevarlos a museos de gente “civilizada”, etc) y la imposición de los modelos culturales “nacionales” (la lengua española, la medicina heredada de Europa, los sistemas de creencias de los grupos mestizos, criollos).
Como estos esfuerzos no bastaban para desarraigar sociedades con miles de años de historia cultural, el sistema educativo excluyó esta historia en el quehacer cultural y político. Así, en los planes de estudio la tradición maya de escritura histórica y literaria se redujo a unos cuantos documentos: el Popol Vuj, de los Quiché; el Chilam Balam (de Chumayel) y el Rabinal Achí (también de la nación Quiché).
Resarcir el daño infligido todos estos años de persecución no es tarea fácil, pero es necesaria para evitar la pérdida de la enorme riqueza que aún queda. Un primer paso sería en reconocer la larga historia de la escritura maya, que se remonta a la antigüedad prehispánica hasta nosotros.
La antigua escritura maya. Lingüistas, arqueólogos y epigrafistas han establecido el origen de la escritura maya en el siglo III antes de nuestra era, cuando las lenguas mayances y las sociedades mayas habían ya adquirido las características generales que les distinguirían durante los siglos subsiguientes.
Este primer sistema de escritura, mal llamado “jeroglífico”, constaba de un conjunto de logogramas complementados con un grupo de glifos silábicos que se ordenaban en columnas de arriba abajo y de izquierda a derecha, como en un periódico.
Se usaban este sistema para registrar informaciones, como fechas históricas (conquistas, muerte de integrantes de la realeza, fundación de ciudades, grandes desastres), métodos de adivinación (como en el códice Dresde), oraciones a los dioses y formas rituales (como en el códice Madrid) y para marcar objetos (hay “copas” para beber cacao que llevan el nombre de su dueño, y pinturas y esculturas que llevan la “firma” del artista).
La actividad de la escritura y los especialistas que la ejercían eran tenidos en tan alta estima por las sociedades mayas prehispánicas, que incluso tenían un dios tutelar y se formaban dinastías de escribanos amparados por los gobernantes. Estos escribanos llegaron a reunir suficiente prestigio como para ver representado su oficio en murales, esculturas, códices y relatos.
Ante el contacto, adopción y adaptación. Tras la llegada de las huestes españolas la escritura tradicional maya fue olvidada, aunque sobrevivió un tiempo más en la famosa ciudad de Tayasal, último bastión de los mayas libres. En cambio, se comenzó a emplear la escritura basada en el alfabeto latino. Fueron los hijos de los señores nobles de las dinastías mayas los que recibieron la educación que impartían los frailes, y fueron estos mismos aristócratas los que rescataron los saberes antiguos para la nueva época. Entre estos señores encontramos nombres como el de Ah Nakuk Pech, quien escribió la “Historia y Crónica de Chac-Xulub-Chen”, el pueblo que gobernaba; y el de su hermano Ah Makan Pech, quien repitió este modelo al crear la “Crónica de Yaxkukul”.
Conforme avanzabe el tiempo y la dominación española se fortalecía, los otrora poderosos señores mayas comenzaron a perder privilegios, que les eran arrebatados por los descendientes de los conquistadores españoles. Para defender estos derechos y legitimar su linaje muchos hicieron (o mandaron a hacer) un recuento de las glorias de sus antepasados, como los señores Xiu en sus “Papeles de los Xiu de Yaxá”.
Pero no sólo los gobernantes mayas conservaron la tradición de escribir en maya. Hay documentos que fueron guardados por los antiguos sabios del Mayab hasta bien entrado el siglo XIX o incluso hasta el siglo XX, como los “Chilam Balam” (de Chumayel, Tizimín, Maní, Kaua, Ixil, Tusik, Tekax, Teabo y de Yaxkukul) o como el “Libro de los Cantares de Dzitbalché” acerca de “los bailes que se hacían antes de la llegada de los hombres blancos”.
La escritura maya “rebelde”. Un acontecimiento de suma importancia en la historia de la escritura maya fue la mal llamada Guerra de Castas (que el nieto de Francisco May llama Guerra Social Maya) que llevó al ejército de los mayas de la península a las puertas de Mérida. Antes, durante y después de este conflicto, la escritura en maya reclamó como propio un nuevo “territorio”: el correo, pues si bien es posible que haya habido correspondencia en maya en épocas anteriores, es en este marco bélico que alcanzó su mayor apogeo.
Los conspiradores que dieron comienzo al movimiento: don Cecilio Chi, don Jacinto Pat y don Manuel Antonio Ay estuvieron comunicándose por medio de cartas para reunir armas, alimentos y soldados para el enfrentamiento que pensaban comenzar para deshacerse de su condición de esclavos. A Manuel Antonio Ay, según la versión oficial, lo mandó ahorcar el gobierno de Yucatán acusándolo de insurrección. La evidencia: una carta que Ay llevaba en el sombrero.
Durante los 54 años que duró la guerra, la escritura en maya sirvió a los “rebeldes” como a cualquier otro ejército de la época: los informes, las órdenes, los decretos y las negociaciones se hacían en maya y se entregaban por carta.
Para la población analfabeta, los documentos eran leídos en el centro de los pueblos principales. La correspondencia en maya se convirtió en el vehículo mendiante el cual los cruzo’ob consiguieron armas de la corona británica en Belice, y que sirvió también para llevar las conversaciones (de paz o de guerra) con el gobierno de Yucatán.
Túumben t’aan. Una vez tomada Chan Santa Cruz, la guerra terminó con la derrota del caudillo Francisco May. Desde 1901, y a lo largo de toda la Revolución Mexicana, las condiciones de vida de los pueblos mayas fueron tornándose más difíciles, hasta las campañas promayas de Felipe Carrillo Puerto. Tras la derrota política (y la muerte) de éste, las políticas vasconcelistas comienzan su labor de zapa en las comunidades mayas, minando la antes saludable práctica de la escritura.
Luego de perder la guerra, con la explotación henequenera luego y la obligación de aprender en español después, parecería que la lengua maya perdería inevitablemente la batalla por mantener su tradición escrita. Pero no fue así.
Así como con las primeras lluvias verdea el monte, así los primeros estudiantes mayas que entraron en contacto con su lengua escrita se dedicaron a recuperar el tiempo perdido. Frente a los esfuerzos institucionales del INI (hoy CDI) y las asociaciones ciudadanas como la Academia de la Lengua Maya de Yucatán A.C., muchos mayahablantes nativos (los más de ellos formados como maestros) se dedicaron a facilitar el camino a otros: se recopilaron cuentos (con los trabajos pioneros de personajes como Hilaria Máas Collí y Patricia Martínez Huchim), se diseñaron cursos (como el de Máas Collí y el de Refugio Vermont), se fijaron normas de escritura (el alfabeto del ’86 sigue siendo el más extendido), se volvió a estudiar la lengua (como lo hace el Mtro. Fidencio Briceño Chel) y se reinauguró la tradición historiográfica y literaria en lengua maya (con una miríada de autores como Briceida Cuevas Cob, de Calkiní, o Gerardo Can Pat, oriundo de Tibolón).
Esta “nueva palabra” o túumben t’aan, que recoge la piedra de la albarrada antigua de la escritura maya y que la repinta y la nutre con nuevo material, es la oportunidad y el derecho de todos los mayahablantes de la península y del mundo.
Es con esta nueva ola de escritores, historiadores y sabios que se abraza al nuevo siglo que ya se abrió y que nos muestra los colores de lo que puede ser, de lo que debemos hacer. No es justo que en unos años las nuevas generaciones digan que la lengua maya murió porque “no se usaba”, no es justo que los siglos y siglos de tradición de la maaya tsíibil terminen en un simple “ya fue”.
Es nuestra responsabilidad y nuestro derecho, así como el de todo hablante de la maya, aportar una voz más al coro que se remonta a los albores del tiempo, aún antes de que la escritura en español apareciera sobre la tierra.