Texto del lingüista Fidencio Briceño Chel que leyó en la presentación del libro “Joo Ajaulel”, de Ángel Góngora Salas, en el Centro Cultural Olimpo, el 10 de enero, en el marco del V Simposio sobre Cultura y Patrimonio de Mérida.
El presente es un libro que es resultado de un trabajo de investigación muy interesante que no solo reporta datos sobre un tema, un lugar o un evento. Si bien inicialmente está basado en la visión arqueológica de Ángel Góngora Salas, también está complementado con aportaciones desde la historia, la epigrafía, la lingüística, la antropología, la sociología, la política, es decir: es un trabajo desde una óptica interdisciplinaria que permite entender la aportación del texto desde un contexto global.
Por eso desde las primeras discusiones que tuvimos Ángel y su servidor sobre el mismo, le animaba a seguir excavando en los datos para poder explicar de la mejor manera lo que desde un principio partiendo de lo lingüístico parecía bastante claro: distintos sentidos del término para nombrar un espacio que se podría adecuar, contextualmente, ya sea a una comunidad o a un territorio.
La riqueza e importancia de este libro se puede advertir en los 16 apartados contenidos en sus 177 páginas, que para abrir boca incluye una sección que el autor denominó Advertencia, seguida de una breve Introducción, para luego dar paso a diez capítulos que son la parte central del trabajo, a saber:
Joo, Ichkaantijoo; El glifo emblema de Joo; Los textos epigráficos; Joo Ajaulel, el reino de Joo; Relaciones del Reino de Joo con otras entidades políticas; Akankej (Acanceh); La comarca de Tzemé; El territorio de Dzilam; El reino de Ekbalam (Talol) y El dominio de Chichén Itzá; para cerrar con un apartado de conclusiones así como una sección como apéndice más una lista de figuras y fotografías y finalmente la bibliografía consultada para los interesados en mayor información.
El nombre de Joo.
Por cuestiones de formación académica y por razones obvias de mi quehacer, me voy a centrar en la primera parte del libro, particularmente a la discusión del nombre de Jo’, por un lado por mi insistencia en la importancia de no dejar a un lado el conocimiento lingüístico y por otro para seguir insistiendo en que la lengua también es cultura y patrimonio.
Coincido con Ángel en que los primeros ejemplos en español relacionados con el nombre de Joo son los que aparecen en los escritos de Francisco de Montejo, “El Adelantado”, poco antes de 1541, al momento de dar instrucciones a su hijo para el último intento de conquista de Yucatán. En este caso Montejo lo escribe como Tihoo, según Diego López de Cogolludo. Por otro lado, señala el autor que en fuentes indígenas coloniales como las Crónicas de Chacxulubchen y las Crónicas de Yaxkukul dicho nombre se escribe como Hoo u Ho solamente, aunque lo antecede el ti utilizado en este caso como preposición, pero quizá su función se refiera más a un locativo.
Posteriormente, más o menos para 1565, Landa lo documenta como Tiho, al igual que Pedro García en la Relación de Chunhuhub de 1579. Éste último también lo escribe como Ziho explicando que al parecer se trata de un sinónimo de Tiho. En ese mismo año, en otras relaciones descritas por otros encomenderos aparece escrito Teho; y un poco más tarde López de Cogolludo lo refiere como Tihoo. Así, las fuentes primarias, tanto españolas como indígenas, en general, se refieren a Joo solamente o conjuntamente con la partícula ti o te, lo cual ha dado pie a que se señale que te y ti tengan un significado similar ya sea como locativo o como preposición. Esto es, que desde esta perspectiva serían sinónimos, lo cual discutiré un poco más adelante.
El autor de este libro señala que los cambios a esta referencia y que probablemente empezaron a crear confusión aparecieron posiblemente a fines del siglo XIX, ya que el historiador yucateco Eligio Ancona menciona a Joo como T-hó, sin explicar el porqué del uso del guión donde por lo general se encontraría una “i”; es decir, empieza a aparecer en la escritura una forma reducida, apocopada o contraída, como puede atestiguarse en las páginas 313-346, correspondientes a los capítulos XI, XII y XIII del primer volumen de la obra de Ancona, titulada Historia de Yucatán, desde la época más remota hasta nuestros días.
Y para reforzar su planteamiento, Ángel señala otro ejemplo tomado de Ancona que se encuentra en el capítulo II del mismo volumen, en relación con los entierros mayas encontrados en la región, citando datos de Cogolludo y Landa:
“Landa refiere otra exhumación semejante, y la altura de más de dos palmos que tenían los escalones en los templos de T-hó y de Itzmal le hizo concluir que aquellos edificios no debieron haber sido construidos ni usados por una raza pigmea, como la de nuestros días”.
Sin embargo, dice Góngora, “revisando el original de Landa, éste escribe claramente Tiho y no T-hó”; por lo que entonces se puede suponer que Eligio Ancona modificó el dato convirtiéndose así en uno de los primeros, si es que no el primero, en utilizar esta palabra ya modificada, quizá reproduciendo en la escritura la pérdida de la “i” en la pronunciación, es decir, pasando a la escritura lo que en la oralidad, en el uso cotidiano de la lengua habría escuchado.
Posteriormente la costumbre de escribir T-hó continuó con Molina Solís, ya que este autor suprime de la misma manera la “i” de Tiho, poniendo en su lugar a veces un apóstrofe o continuando con el uso del guión; como se puede ver en la siguiente cita:
“En T’ Ho, sobre un cerro que había cerca, y al norte, de la actual iglesia de San Cristóbal, se rendía culto a otro ídolo denominado H Chun Caan. O cuando menciona: “Que de Acanul pasase [pásase] a T-hó ó Ychcanzihó, y allí fundase [fúndase] una ciudad con ayuntamiento, si la comarca circunvecina fuese adecuada y los habitantes no lo estorbacen”.
Como se ha mencionado anteriormente, es muy probable que el uso oral de la lengua haya empezado a influir en los textos escritos, como se ha notado en los párrafos anteriores donde se percibe la pérdida de la “i” y otros sonidos en la lengua maya hablada; y para recalcar el dato, Góngora nos proporciona un par de ejemplos más tomados de Molina, quien escribe por ejemplo T-coh para referirse a Tecoh o T-pop para referirse a Tepop.
Por su parte, Juan Martínez Hernández, hacia 1931 publicó Las Crónicas mayas donde realizó traducciones de varios documentos escritos en lengua maya. Una de las ventajas de esta obra es que las traducciones se encuentran acompañadas del texto en lengua maya de manera paralela. Aunque uno de los problemas es que los textos mayas no son fotocopias o facsímiles, sino que éstos ya se copiaron en letras de imprenta. No obstante, es posible hacer una comparación entre estos documentos, por ejemplo, cuando en el texto maya de la Crónica de Yaxkukul aparece escrito como “Ti-Hoe” (mientras que en la Crónica de Chacxulubchen, de Ah Nakuk Pech, aparece escrito como “ti Ho“), por su parte, Martínez lo traduce como “Tihó (Mérida)”. En otras páginas aparece escrito como “Ti-Hoo” y se transcribe como “Tihó” o también “Ti-Hó“. Es decir, este autor utilizó “Tihó” o “Ti-Hó” para trasladar lo que en el texto maya aparentemente aparecía como “ti Ho“, “Ti-Hoo” o “Tihó“.
Chamberlain continuó la costumbre de escribir T-ho en su obra Conquista y Colonización de Yucatán, 1517-1550, editada en 1948 en el idioma inglés, y de igual manera, esta ortografía aparece en la versión de la misma obra, traducida al español en 1974.
El investigador que parece haber empezado a utilizar el nombre de “Thoo” para referirse al supuesto emplazamiento maya sobre el cual se fundó Mérida es Justo Sierra O’Reilly, en su obra Los Indios de Yucatán de 1954. En este trabajo ya no utiliza siquiera el apostrofe o guión de Molina Solís, o sólo el guión que emplearon Eligio Ancona o Robert Chamberlain anteriormente; un ejemplo de las referencias encontradas en la obra de Sierra O’Reilly es el siguiente:
“…Faltaba la pacificación completa del país y la erección de la capital de la nueva Colonia en un sitio… Ese sitio era el pueblo indio de Thoo, en el reino o cacicazgo de Quepech”.
Este dato hace suponer que a partir de la publicación de esta obra se comenzó a utilizar de manera más generalizada la deformación escrita del nombre de Joo, situación que se extendió hasta épocas recientes, como lo hace notar Ángel quien dice que “con la publicación del Atlas Arqueológico de Yucatán [1980], siguió apareciendo Thoo en los mapas de esa obra para referirse al lugar donde se fundó la ciudad de Mérida, lo cual ha reforzado el uso incorrecto del nombre de Joo”.
En conclusión, el término para referirse a la comunidad, la población, el kaaj sería Jo’, que significa “cinco”. El uso de Ti’ o Te’ previo al nombre sirve para ubicar en contexto la localización de dicha comunidad, pero Ti’ y Te’ no son sinónimos. Ti’ es un locativo y significa “Lugar de…”, como en Ticul: “Lugar del asiento”; Timucuy, “Lugar de la tórtola” y otros. Te’ es un demostrativo y hace referencia de manera más específica a un lugar, con lo cual adquiere el sentido de “Ahí en…”, o más específicamente “Ahí en el lugar o sitio”, como en Tecoh: “Ahí en el lugar del leoncillo”, Tepakán: ahí en el lugar del nopal”, etc.
Entonces una falsa suposición de que son sinónimos o un error de análisis llevó a una cadena de confusiones que dio pauta a las múltiples maneras de escribir el nombre de esta comunidad, pero de algún modo, el uso oral tuvo mucho que ver en la apropiación de la forma reducida, sin embargo el uso indistinto de las múltiples maneras evidenció la falta de conocimiento de la lengua maya por parte de los escritores e investigadores antes mencionados. Por ello celebro que Ángel retome esa vieja costumbre de acercarse a los datos de las varias maneras posibles, no quiero decir que la lingüística sea indispensable para estos análisis pero si estamos ante datos apabullantes que muestran la lengua como elemento importante de la cultura, entonces no podemos o no debemos dejarlo de lado, o estaríamos, como ya lo vimos con el nombre de Jo’, cayendo en contradicciones.
Coincido con Ángel en que actualmente no hay un acuerdo para las referencias en torno al lugar en el que se fundó Mérida, por lo que podría aparecer como Tiho, T’ho, Ti-ho, Thoo, Too. Sin embargo, como lo demuestra él mismo, debió ser solamente Jo’. Por ello, quiero cerrar señalando que si se quiere hacer homenaje a Mérida como capital americana de la cultura, no vendría mal recordar que Jo’ fue antes y sigue siendo capital cultural donde lo maya se respira y se entreteje en este Ti’ Jo’, quincunce, que une la identidad e idiosincrasia de los espacios-tiempo del mundo maya.