Jacinto Canek y las otras luchas de los mayas antes y después de él

Ceremonia a la memoria de Jacinto Canek en el centro de Mérida el 14 de diciembre de 2015

Hace 30 años los maestros Hernán Morales y Fidelio Quintal me obsequiaron Canek, de Ermilo Abreu Gómez. Reciéntemente me habían electo Secretario general del Sindicato de Trabajadores de Marina Mercante y Puertos mexicanos en Progreso. Fue mi libro de cabecera durante varios años y me impactó cuando Canek dijo:

“Hace años leí un libro donde se contaba las historias de esta tierra. Lo leí con gusto y me entretuve con el conocimiento de los hechos antiguos y en el razonar de las gentes que fueron. Una vez mi Padrino me dijo: Los libros que lees fueron escritos por los hombres que ganaron estos lugares. Mira con cuidado las razones puestas en sus páginas, porque si te entregas desprevenido no entenderás la Verdad de la Tierra sino la verdad de los hombres. Léelos sin embargo para que aprendas a odiar la mentira, que se dice dentro del pensamiento de los filósofos y dentro de la oración de los devotos. Y así aprendí –concluyó Canek­­– a leer, no la letra, sino el espíritu de la Letra de todas esas historias”.

Jacinto Uc de los Santos, nativo maya de pureza étnica, nació en el barrio de San Román en la ciudad de San Francisco, Campeche en 1730, cuanto esta región peninsular pertenecía a la Capitanía general de Yucatán.

Encabezó el 19 de noviembre de 1761 en Cisteil la guerra campesina en contra del sistema de encomiendas colonial por lo que fue sacrificado públicamente el 14 de diciembre del mismo año de 1761, un día como hoy, en que la Palabra es campo de batalla, en defensa de los saberes mayas y el despertar de la memoria de nuestros abuelos, que son nuestras raíces.

Somos granos de maíz de esa misma mazorca y hay recuerdos rotos por recuperar. En 1712 se dio la más importante revuelta tzeltal originada en el pequeño poblado de Cancuc que abarcó también a los pueblos tzotziles y ch’oles, como respuesta a las onerosas cargas impuestas por el obispo Álvarez de Toledo. La rebelión tuvo su fundamento religioso en la supuesta aparición de la Virgen a la joven María Candelaria, quien aseguró que le dijo el 10 de agosto de 1712: “ya no hay Dios ni rey” y que venía a liberar a los naturales del dominio español.

Así, en nuestro sureste, se creó un nuevo culto y se planteó un nuevo Estado teocrático indígena independiente, con un ejército propio formado por los “soldados de la Virgen”. Cancuc fue rebautizada como “Ciudad Real”, capital de la Nueva España de los indios. Somos una sola raíz y también un solo camino: hacia la tierra de donde proviene todo. La vida y la muerte.

Durante la rebelión, algunos españoles de Chilón y Ocosingo fueron asesinados y las mujeres hispanas fueron obligadas a casarse con indios o a servirles como criadas o mancebas. La violencia también se extendió a los indígenas que se negaron a unirse al movimiento. La reacción del gobierno español fue combatir a los alzados con milicias reunidas en Chiapas, Guatemala y Tabasco. El 21 de noviembre siguiente fue retomado Cancuc por los españoles. Grande fue el número de indígenas muertos y cientos fueron los ajusticiados tras la derrota maya. En enero de 1713, cayeron las últimas poblaciones ch’oles rebeldes y se dio por sofocada la revuelta. Los sobrevivientes mayas fueron reubicados en lugares muy distantes para evitar que reintentaran sublevarse.

Canek, igual que sus ancestros mayas recurre a las armas. No hay otro camino. Antes que él, sus antepasados en Yucatán se rebelaron cuando se hacía intolerable la explotación a que los sujetaban los españoles, o cuando éstos atentaban contra su cultura en forma extrema. Por eso, en noviembre de 1746 se produjo la primera rebelión de los mayas de las provincias de Sotuta, Ah Kin Chel, Cochuah y Calotmul en la que fueron ultimadas decenas de familias españolas, lo mismo que centenares de indígenas “traidores” que les servían. El odio de la estirpe redentora alcanzó a perros, gatos y hasta árboles que fueron sacrificados para erradicar toda huella de los explotadores, quienes finalmente se impusieron más violentamente, con armas muy superiores, y los vencieron.

Casi cinco décadas después de esta última rebelión, tiene lugar el movimiento de Jacinto Uc Canek. Para convencer a los pueblos de su fuerza, Canek habla a sus hermanos que está dotado de poderes de taumaturgo, que cuenta con la saber de los sabios antiguos y que el triunfo de los mayas está escrito en el Chilam Balam. Asimismo, en sus escritos mencionará que junto al pueblo rebelde está también el Dios cristiano.

Enterado del hecho, el capitán Tiburcio Cosgaya, comandante de Sotuta, los atacará con un reducido grupo de soldados, los cuales resultarán todos muertos, incluyendo dicho capitán. Esto animará a los indígenas a seguir con su rebelión y a invitar a su movimiento a otras poblaciones. Coronado rey de los mayas como Chichán Moctezuma, una especie de reencarnación de Kukulkán-Quetzalcóatl, encabezará la rebelión contra los españoles, abolirá los tributos, distribuirá entre el pueblo las mantas y animales destinadas a los españoles, nombrará gobernadores, capitanes generales y tenientes, y ratificará a los caciques y principales que se unan a su causa. Ordenará no matar españolas principales para desposarlas con sacerdotes y capitanes mayas. Asimismo, declarará como su capital al pueblo de Maní.

Sin embargo, a la semana siguiente, dos mil hombres del ejército español al mando de Estanislao del Puerto atacarán Cisteil y ocuparán la plaza con el saldo de unos 500 mayas y 40 soldados muertos. Canek se refugiará en la hacienda de Huntulchac y, perseguido, huirá a Sivac, lugar donde será aprehendido con parte de su gente en diciembre del mismo año de 1761.

Serán llevados a Mérida, ejecutados y descuartizados en la plaza principal. Mario Humberto Ruiz (Las lágrimas de los indios, la justicia de Dios) describe el acto: “La crueldad alcanza su vértice en la persona del líder. A caballo, humillantemente vestido y con una corona de piel de venado como mofa a su pretendida realeza, se hizo entrar a Canek a Mérida, para asistir a un rápido juicio donde se le condena a ser ‘roto vivo’ –‘quebrándole los brazos y piernas a golpes’-, y desgarrada su carne con tenazas. Una vez ‘muerto naturalmente, y esté tres horas expuesto en dicho cadalso para que todos lo vean, se quemará su cuerpo y sus cenizas se darán al viento’. Los 69 sobrevivientes de la batalla fueron obligados a presenciar el suplicio la mañana del 14 de diciembre”.

Días después, doscientos indígenas más serán azotados y amputados de una oreja.

Ermilo Abreu Gómez, en su poético libro Canek, recrea el final del héroe maya:

“Cuando Jacinto Canek subió al patíbulo, los hombres bajaron la cabeza. Por eso nadie vio las lágrimas del verdugo, ni la sonrisa del ajusticiado. En la sangre de Canek, la sangre de la tarde era blanca. Para la gente los luceros eran de sal y la tierra de ceniza.

“En un recodo del camino a Cisteil, Canek encontró al niño Guy. Juntos y sin hablar siguieron caminando. Ni sus pisadas hacían ruido, ni los pájaros huían delante de ellos. En la sombra sus cuerpos eran claros, como una clara luz encendida en la luz. Siguieron caminando y cuando llegaron al horizonte empezaron a ascender.”

(Comentario leído por su autor en el homenaje a Jacinto Canek, en el monumento de la avenida que lleva su nombre en la ciudad de Mérida, Yucatán.)

Jesús Solís Alpuche

Profesor, periodista, politólogo, activista

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