Me contó que le gusta viajar mucho en automóvil y se ofreció a acompañarme en el próximo viaje que hiciera en cualquier parte de la Península.
–Yo doy la gasolina de ida y de vuelta, por eso no te preocupes–, aseguró, acomodándose su gorra tipo Driver de tela gris–. Sólo me avisas un poco antes, y tendrías que pasar por mí. Ya ves que no puedo caminar mucho.
Muchas cosas refirió el “Torero” en el trayecto de Conkal a su domicilio en Mérida. Lo que más me sorprendió fue su abrupto cambio de voz y su indignación encendida cuando pasamos el Periférico y vislumbramos la enorme chimenea hacia el sur. Estábamos bordeando la Plaza Altabrisa y acercándonos al llamado Monumento a las Haciendas.
–Esa pendejada está horrible. ¡Vaya nombre que le han puesto!, pero está bien, para que los hijo de puta descendientes de hacendados y sus admiradores de siempre no se olviden de todo el mal que le hicieron al pueblo maya –aseveró.
El giro del discurso me atrajo enseguida. No lo esperada de un “Torero”, y lo motivé a seguir hablando.
–No me enorgullezco, maestro. Yo crecí en una hacienda y debo decirte que mi abuelo era el mayocol, el capataz de la hacienda –agregó–. Él reparte el trabajo cada día y vigila que se cumplan al pie de la letra.
–No me enorgullezco, maestro. Cuando era yo un niño vi muchas veces cómo mi abuelo castigaba a los trabajadores, golpeándolos con una soga vaquera ante la vista de todos.
“Era un hombre sin corazón mi abuelo. Hace mucho que murió el muy cabrón, y espero que Dios lo haya perdonado porque fue muy malo aunque solo hacía su trabajo.”
“Por eso, para mí ese monumento a las haciendas es una vergüenza”, maestro. Lo construyeron los que no tienen idea de la historia de los verdaderos dueños de estas tierras”.
Habíamos coincidido en un evento cultural en Cholul. En la mesa del apodado “Torero” los comensales conversaban animadamente. Y cada vez en cuando, sus compañeros le decían en coro: ¡Oooooole!
El “Torero” lo llaman, no supe si por su gorrita tipo españolete, o de verdad tiene un pasado en la plaza de toreo.
Ahora veníamos juntos a Mérida y su memoria ardía de viva.
“Yo conocí también a los aluxes, maestro”, cambia de tema. “Acompañé a mi papá al monte y me desvié un poco para tirar algún pájaro. De pronto, detrás de un montón de ramas secas que hacía de límite, apareció un niño.
“Bueno, era un poco más grande que un niño, casi igual a mí. Me sorprendió. Me dijo: ‘acompáñame’ y se fue corriendo, pero no lo seguí porque tuve miedo. Fui en busca de mi papá y le conté. El me dijo: es un alux. Volvamos a casa. Todavía no llegábamos cuando me comenzó una fiebre.
“Para qué te cuento, maestro. Tuvieron que llevarme a un jmeen para que me curara”.
¡Claro que existen los aluxes!, dijo dando un manotazo a su rodilla derecha, mientras la enorme chimenea desaparecía a nuestras espaldas.
Queda pendiente hacer el viaje con el “Torero”, y ojalá su memoria siga así de lúcida y así de indignada.
José Natividad Ic Xec
José Natividad Ic Xec es director de elchilambalam.com y mayapolitikon.com