¡Ay amigo!, usted no va a creer lo que le voy a contar, pero estoy convencido de que es la verdad… ¿Ha notado que hemos caminado mucho por estos montes y cerros y ningún canto del pájaro Toj? Pues eso se debe a que se han extinguido y nosotros los del pueblo somos los culpables.
Mire usted que hace algunos años nos sobrevino una crisis muy dura, una peor que otras que hemos vivido hasta ahora. La gente buscaba qué comer y de muchas maneras se las ingenió para solucionar esta necesidad. Una de esas formas fue capturar pájaros.
¡Ay amigo!, en esa época que te cuento, milagrosamente llegaron por aquí unos gringos e hicieron correr la voz que comprarían todos los pájaros Toj que fueran capturados.
Muchos vecinos se dieron a la tarea de construir jaulas de carrizo y los montes y grutas se llenaron de cazadores de pájaros Toj… Así comenzó el fin de los Toj, amigo. Al menos yo así lo creo. Por eso no los hemos oído en todo el camino.
Y parecía verdad el pesimismo de nuestro guía, pues salvo el graznido lúgubre del Toj en una ocasión muy lejos de nosotros, las grutas y rincones sombríos, sus lugares predilectos, estaban vacíos de su presencia.
Esto contaba nuestro anciano guía mientras se desplazaba velozmente delante de nosotros por estos caminos del Mayab.
Días antes, en otros puntos de la Península, nos habíamos solazado de los cantos de estos pájaros de bello plumaje, vigías fieles de los cenotes.
Sin embargo, no todo estaba perdido. Aquel canto solitario que oímos a los lejos también es un anuncio de esperanza.