POR BERNARDO CAAMAL ITZA. Cultivar nuestras semillas (i’inaj) es una forma de resistencia a la presión económica y política que a diario afrontamos. El sistema actual tiene por objetivo que nosotros los pueblos originarios abandonemos nuestra cultura (miáatsil) y nos dejemos arrastrar a un sistema donde que sólo nos conciben como objetos.
Actualmente vivimos muchas carencias aderezadas por los efectos de la emigración de nuestras familias y comunidad, lo cual repercute en la falta de espacios de reflexión que nos ayuden a tomar decisiones correctas sobre el cultivo de la tierra.
Actualmente, miles de nuestros hermanos indígenas –y no indígenas– sólo “hablan de las pocas ventajas que representa el uso de los herbicidas y agroinsumos”, olvidándose de hacer un balance sobre el modelo económico que sólo nos usa y nos desecha.
Esta nueva versión del colonialismo impacta todos los días en nuestras vidas desde diversos ángulos y enfoques (productiva, de pareja, de los planes de vida) y en el caso del campo sólo nos venden la idea de usar las “nuevas innovaciones tecnológicas para producir”, pero no nos hablan de su impacto en la diversidad de la flora y la fauna. Que ante la intensa actividad depredadora sólo aumentamos la contaminación de nuestros campos de cultivo y de paso la de nuestro cuerpo.
Cómo regresar a esa mirada integral que nos legaron nuestros abuelos mayas, en que el eje del desarrollo familiar no sólo descanse en el monocultivo y sujeto a los intereses momentáneos del mercado capitalista, sino preguntarnos cómo producir de nuevo y de acuerdo con las condiciones particulares del lugar en donde vivimos y trabajamos.
Cómo generar esas coincidencias de convivencia familiar y comunitaria en donde, entre todos, le apostemos al desarrollo de nuestras capacidades para no depender del “rollo político” de un supuesto plan trianual o sexenal, que de antemano sabemos que no le dan cumplimiento y mucho menos existe la voluntad política para desarrollar el campo y de quienes trabajan en él.
Ante un sistema económico y político que nos ha hecho titubear si cultivar o consumir los productos transgénicos, que quede claro que no podemos quedar con una actitud pasiva: hay que defender nuestras semillas nativas.
En caso contrario, significa aceptar sus resultados y el de sus consecuencias como la erosión genética de nuestro i’inaj.