Los zopilotes eran unas pulcras aves antes que los dioses mayas los castigaran por manchar sus ropajes y por rebajarse en dignidad.
Dicen que después de uno de los diluvios más terribles que había sufrido hasta entonces la humanidad, los dioses enviaban de cuando en cuando a las aves a averiguar cómo iba el descenso del agua.
Varias aves hicieron el viaje de la misteriosa morada de las deidades al mundo y fueron testigos de la desolación. Un día una avecilla regresó con una ramita en el pico indicando que la tierra ya estaba casi seca.
Tocó su turno a los zopilotes y surcaron el cielo con su majestuoso vuelo. Vieron desde los aires las grandes extensiones de pantanos y lodazales pero también tierra más seca con cuerpos inanimados de animales exquisitos.
No pensaron mucho los infelices zopilotes y bajaron como flechas para picotear primero y devorar luego dándose un gran banquete con todos los restos putrefactos. Sus ropajes se embarraron aunque no tardaron en limpiar el mundo de todos los cuerpos en descomposición.
Viendo esto, los dioses indignados los expulsaron de su presencia y los condenaron a vivir siempre de carroña.
(Historia que contó en lengua maya Ramiro Cimé Poot, de Chankom.)