Primer acercamiento. Fue Lorenzo Itzá quien primero habló al cronista de él. “¿Conoces a Isaac Carrillo? Lo conocí anoche. Es escritor. Viajamos en el mismo auto de Halachó a Mérida”, me dijo por teléfono cuando hablábamos sobre un asunto de el recién nacido elchilambalam.com. Fue una mañana de febrero de 2012. La noche anterior el profesor Vicente Canché Moo había inaugurado una escuela de maya Oxlajuntiku en su pueblo natal y Cháak los bendijo a todos con creces lloviendo.
Y no, el cronista no conocía a Isaac todavía.
Segundo acercamiento. Un día de los primeros meses de 2013 el cronista se ve buscando una dirección en los alrededores del Monumento a Hidalgo, por el Hospital Juárez (la Biblioteca Básica). Se ve entrando poco después a un edificio cuya puerta guardaba un hombre a quien preguntó por Isaac. Después de unos minutos de espera de pie en el pasillo, un joven aparece. Tenía la expresión asombrada y una media sonrisa como preguntándose quién diablos es este tipo. Camisa de manga corta, pantalón azul de mezclilla, zapatos negros de punta chata y alzada. Me presenté, le expliqué el proyecto web que comenzábamos y que lo invitamos a colaborar con sus textos cuando gustara. Dijo que está bien, sin mucho entusiasmo. Le entregué un ejemplar de La mujer sin cabeza y otras historias mayas que había salido a principios de diciembre anterior, cruzamos unas palabras más y nos despedimos.
Tercer acercamiento. Un poco más adelante, quizás a mediados de 2014, el cronista encontró de nuevo a Isaac, ahora como profesor en la escuela de Creación Literaria en Lengua Maya del Centro Estatal de Bellas Artes (CEBA). Fue en esta época cuando el cronista pudo tratarlo un poco más y conocerlo mejor. Los estudiantes del último curso éramos María Lilia Hau Ucan (de Kinil), Sandra Ascensio (de Mama), Sandi Itzá Tun (de Yaxcabá) y el cronista (de Peto). Otros tres compañeros que habían comenzado con nosotros dos años antes fueron quedándose, uno a uno, en el camino.
El cronista recuerda a Isaac hablando del medio artístico “indígena”: sus personajes, sus propuestas originales, sus extravagancias, sus insolencias. También gustaba mucho hablarnos de sí mismo y de las experiencias adquiridas en sus andanzas, y nada por desagradable que fuera le borraba la sonrisa.
Contaba: “La primera vez que concursé al premio Nezahualcóyotl y no salí ganador busqué al presidente del jurado. Sabía que iba a viajar a Mérida por un compromiso así que lo busqué y lo abordé en el Peón Contreras. Le pregunté qué le faltó a mi texto y él me explicó dónde había cojeado. Trabajé en ello y en la siguiente convocatoria gané con U yóok’otilo’o áa’ab (Danzas de la noche).”
Contaba: Llegamos a la zona arqueológica de Dzibichaltun e íbamos a descargar el equipo de traíamos. Ya habíamos desembarcado a los niños que iban con nosotros y estaban a nuestro cargo. En eso una señorita se acerca y nos pide muy enérgicamente retirarnos de ese punto. Le expliqué que nos enviaba demasiado lejos y había muchas cosas que descargar y los niños no podían quedarse solos. Estuvimos discutiendo un buen rato y al final me dijo:
–¿Sabes con quién estás hablando?
–Y tú ¿sabes con quién estás hablando? –le respondí con lo mismo.
–¿Con quién?, ¡Dímelo! –ordenó ella.
–¡Gogléalo! –le dije.
La funcionaria se impuso, desde luego. ¿Cuándo el Estado pierde?
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Aconsejaba: “Liberen su imaginación. Rompan las trabas de la imaginación.” Y traía a la memoria las historias que contaban los niños con quienes trabajó en algún momento. Recuerda una explicación sobre los ciclos de la Luna: “La Luna es una tortilla que mordisquean los ratones. La tortilla se gasta pero alguien coloca otra tortilla y la Luna aparece de nuevo ahí y los ratones reanudan sus mordisqueos”.
Contaba situaciones que tenía que pasar en su trabajo actual (Bilioteca Básica), situaciones injustas y que no debiera permitir –y la audiencia se indignaba, entre ella más el cronista– pero él seguía contando con una sonrisa como si nada.
En su vida, las mujeres atizaron su imaginación y sus palabras. En el centro de sus historias estaban su abuela y sus tías. Disfrutaba mucho los diálogos cotidianos de las mujeres de su casa y ellas fueron inspiración para muchos de sus escritos.
Cuenta que un grupo teatral tomó una de sus obras de teatro y que la estaban representando incluso en escenarios extranjeros y él no estaba enterado.
Fue en esta época cuando nació en un solo día la idea de crear un grupo teatral, pero eso ya es otra crónica.
Cuarto acercamiento. Un poco después del medio día Lorenzo Itzá (siempre Lorenzo, pendiente de lo que ocurre en el medio) wasapea al cronista. “¿Sabes algo de Isaac? Me dicen unas amigas que está muy enfermo y que está internado en algún hospital”. Por medio de wasap Isaac informa que está internado en la Clínica Pensiones.
–¿Que necesitas?
–Nada.
–¿Has comido? Te llevaré algo.
–No dejan pasar alimentos
Un poco después el cronista lo vio. Su hermana Lízbeth estaba vigilante en la puerta. “No podía respirar. Camina unos pasos y ya debe sentarse”, dijo. En el interior del cuarto el cronista cruzó palabras con Isaac. “Los médicos me dicen que en dos o tres días estaré afuera”, dijo animado. Tenía el teléfono en la mano y la mascarilla de oxígeno colocada. Para hablar se lo retiraba. No tenía el cronista mejores palabras que decir que todo estará bien. Un poco después se retiró y tres días después se entera que Isaac estaba en el IMSS del Fénix. Estuvo adormecido largo tiempo. Ahí falleció el 23 de noviembre de 2017 en la madrugada.
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Quinto acercamiento. Sábado 27 de noviembre en el Oriente de Yucatán. Los profesores de Educación indígena no llegaron a su Diplomado, ni en Tizimín ni en Valladolid. Esto permitió que a las 11 de la mañana el cronista saliera de Tizimín rumbo a Valladolid donde abordó el auto la maestra María Lilia Hau Ucán, y se encaminaron a Peto, pasando por Chichimilá y Tixcacacupul, por Chikindzonot e Ichmul. Arribaron a Peto justo a las dos de la tarde donde velaban a Isaac. La casa estaba llena y afuera de ella, en la calle, la gente esperaba. Subido a una albarrada el cronista tomó unas fotografías. Poco después, en medio de aplausos, emergió el ataúd blanco de la casa de paja. El cortejo se dirigió hacia el sur donde estaba el cementerio y más tarde, entre cantos religiosos y aleluyas, Isaac Carrillo, el Wáay Chivo, fue entregado a la tierra.
Tenía Isaac un temor especial a la muerte y precisamente por eso cantaba, porque sabía que el canto prevalece. “Escribo para que me aplaudan”, respondió en broma alguna vez a su papá, según oyó decir Lilia Hau. “¿Qué tanto escribes?”, le había preguntado su papá que lo había sorprendido escribiendo en la alta noche.
En boca de la pequeña protagonista de Danzas de la noche, Isaac expresa su propósito ante la oscuridad: no llorar y cantar hasta el final.
— Ma’ wok’ol ko’olel, ma’ wok’ol, k’aaynen — ku ya’alik ten le iik’ ku báaxal yéetel u xa’axa’ak’ ts’o’otsel u pool in wotocho’.
Kin cho’ik in wiche’ kin ch’a’ajo’oltik in k’aay, mantats’ kin k’aay tak le kéen k’uchuk u k’iinil u yíibil ba’ax kin wa’alik, wa le kéen taak jump’éel k’a’am iik’ ka u jáax tupt u juum in t’aan.
Sus amigos también se enjugan y ensayan a seguir cantando mientras la palabra no se derrita y el viento de la muerte no sople.
José Natividad Ic Xec
José Natividad Ic Xec es director de elchilambalam.com y mayapolitikon.com