Por Pedro Uc Be, poeta y activista maya
Después de negar la existencia de valores, símbolos sagrados, conceptos filosóficos, creación de arte en la cultura maya, un sector de la sociedad no maya –sacudida por la imagen de Jacinto Can Ek, de Cecilio Chi, de la voz indígena contra la celebración de los 500 años de conquista y evangelización en 1992 y finalmente por mayas tsotsiles y tseltales entre otros agrupados en el Ejército Zapatista de Liberación Nacional, EZLN– ha comenzado a descubrir, a respetar y hasta a difundir la lengua y cultura maya.
Una parte importante de la sociedad no maya se acerca hoy con respeto, con empatía, con legítimas dudas a quien difunde, comparte y defiende esta cultura autóctona.
Los mayas que nacimos y crecimos en comunidades agrícolas aprendimos de la palabra de nuestros mayores muchos conocimientos. Eran muy aficionados a educar con anécdotas propias y de otros miembros de la comunidad. Pero nuestro conocimiento tiene otra vertiente que es nuestra experiencia.
Quienes crecimos en la escuela de la milpa, aprendimos a identificar a nuestros Yuumtsil o deidades, sus cualidades, sus gustos, sus costumbres y la manera de relacionarnos con ellos; con la lluvia, el viento y el monte principalmente convivimos con ellos en el póokbil nal, píibil nal, bankunaj, ch’a’acháak, ets’kunanaj sakab y otras celebraciones.
En estas actividades nunca nos ponemos ropas especiales –menos Filipinasni nos amarramos trapos en la cabeza. Tampoco los hacemos para la foto, menos para el turismo, nunca hemos buscado financiamiento de instituciones oficiales porque se trata de un encuentro íntimo del pueblo o la familia con sus deidades, no con sus autoridades políticas.
Lamentablemente la salud de estas prácticas se ha ido deteriorando: hemos visto con asombro, preocupación y hasta con dolor cómo algunos ladinos hacen ceremonias extrañas en las plazas, financiados por alguna televisora, por el Indemaya y la CDI, según nos han dicho.
Para quienes hemos tenido la milpa como escuela, miramos que estas actividades responden a otros intereses; no hay en el fondo un pueblo, sino una institución; el gurú cobra hasta 15 mil pesos por ceremonia, vemos representaciones folclóricas y exóticas que nos parecen extrañas a lo que aprendimos en la milpa; las invocaciones que se hacen en las plazas por los profesionales del rito son desconocidas hasta por los aj Meen reconocidos por las familias de las comunidades mayas que celebran su nook agrícola, aunque afortunadamente no han sido tocados por esta descomposición; estos aj Meen siguen celebrando sin cobrar, siguen siendo del pueblo, no del gobierno ni del turismo. Son estos que no portan las filipinas y trapos rojos en la cabeza ni repiten sin carisma algunas palabras del Popol Vuh en torno a una extraña fogata, como el gurú del poder que enturbia el sonido del caracol y termina por ahuyentar los vientos y la lluvia en un parque en el que Yuum K’áax no tiene parte ni suerte.
Muchos amigos no mayas, solidarios, empáticos, amantes de la cultura maya, han sido engañados por los traficantes de ritos pseudomayas que venden retazos de la Nueva Era, de teorías de Samael Beor, de huecas espiritualidades. Esto es parte de los retos que afronta el resurgir de la cultura maya. El gobierno ha apoyado la iniciativa ladina porque le interesa el espectáculo turístico y el folclor; es también una manera de acabar con la cultura maya, esa que exige derechos de autonomía y autodeterminación, que defiende su territorio de las amenazas de los megaproyectos que despojan a los mayas que guardan la tierra y su derecho a mantenerla como el espacio en la que crea la vida y la sigue celebrando en la milpa con sus Yuumtsil.
Los pseudo sacerdotes mayas han pervertido nuestros símbolos para pervertir nuestro referente: para eso le pagan, para ser indio que trabaja de indio.
Quienes legítimamente nos respetan, nos acompañan y tratan de acercarse para entender nuestras creencias y celebraciones se darán cuenta que no hacemos espectáculos comerciales ni cuando la Luna tapa con su cuerpo maya la mirada del Sol que mece el Viento cuando se van a la ligera hamaca de Múuyal.– Mérida, 23 de agosto de 2017.