A un costado del escenario un puñado de hombres vestidos de blanco, algunos con rifles de madera en las manos, esperan pacientemente en medio de la penumbra. Primero esperaron que la luz volviera (y no volvió), luego esperaron que la lluvia pasara (y pasó), ahora esperaban que los politiquillos que están de visita terminen sus discursos, que completen su agenda que han venido a realizar en Tihosuco (y luego salir presurosos a sus ciudades iluminadas). Y los actores esperan pacientes, y la gente (niños y abuelos incluidos) esperan sentados frente al escenario.
–Ojalá vuelva la luz porque así habrá música –nos decía una jovencita que esperaba junto con otra el comienzo de la obra.
Aquel rincón del parque no estaba totalmente a oscuras pero había que agradecérselo al señor de los churros y de las salchichas. No había luz eléctrica pero el buen señor capitalista echó a andar su planta eléctrica y en sus vidrieras podía verse las bolsas de churros azucarados y los platillos de salchichas freídas, cortadas en piezas pequeñas, que servía con salsa de tomate.
Si aquel escenario estaba en penumbras había que agradecérselo al churrero y esto lo apreció el gentío cuando la luz se apago súbitamente. El grito ¡waay! Y luego los murmullos de incertidumbre. Pero el churrero sólo necesitó unos minutos para cargar más gasolina a su planta y la luz se hizo de nuevo arrancando suspiros incluso del cronista.
Una vez más la compañía de teatro que encabeza Príncipe Maya va a presentar su exitosa pieza teatral para conmemorar los 170 años del estallido de la Guerra de Castas: La conjura de Xinum. Pero ya eran casi son las diez de la noche y el sereno arreciaba, y la noche enfríaba después de una tarde de lluvia. Había que retirarnos si no queríamos que se nos active el asma.
– Espérense un ratito más, si esta gente no termina con sus discursos nosotros subiremos y comenzaremos la presentación –nos animan en broma los actores.
– Si ustedes hubieran querido ya hubieran comenzado. Pero no lo creo porque los organizadores los habrían hecho bajar del escenario –les respondimos en broma pero con una gran verdad (porque aun el día de hoy las agendas las organizan los políticos, no los pueblos).
Habíamos llegado a Tihosuco cuando declinaba el día. Debíamos haber llegado en hora y media a nuestro destino provenientes de Peto pero un mal cálculo nos hizo tomar otra vía que nos hizo pasar por Tixcacalcupul y Tepich. Es verdad que el Arux Duende y el cronista ya conocíamos muy bien Tihosuco y el Museo de la Guerra de Castas pero queríamos que nuestra acompañante, la maestra y escritora Nicole Genaille, quien realizaba su tercer viaje a Yucatán, se llevara un buen recuerdo de este histórico pueblo de Quintana Roo.
A la entrada del Museo un grupito de gente conversaba. La gravedad que exhibían y sus vestimentas dejaban muy en claro que son funcionarios de alguna de las instituciones “indígenas” del Estado que habían tenido que venir este día, 26 de julio, a este distante lugar como parte de su trabajo. Ahora mataban el tiempo y lo seguirían matando durante la lluvia….
La primera mala noticia es que no había luz en el museo (y en todo el pueblo) pero una de las tres mujeres encargadas del recinto, Norma Uh Uicab, hizo lo que pudo para que los visitantes pudieran ver siquiera una parte de las dos salas habilitadas. A oscuras terminó el minipaseo guiado por Norma y a oscuras continuamos nuestro paseo en la histórica Tihosuco.
Más tarde, abandonado el Museo y estacionados ya a un costado del parque donde yuum Jacinto Pat está de pie esgrimiendo su machete, esperamos que los discursos de los funcionarios terminaran pero increíblemente se alargaban . Cuando uno creía que había finalizado siempre alguien tenía “unas palabras” que decir, pero hasta donde el cronista pudo constatar ¡ninguna en lengua maya!
Algunas voces exigieron más atención para la educación, más recursos para servicios públicos; una voz femenina remarcó que los mayas están vivos y que son los dueños de estas tierras. Que convenía recordar a los “quintanarroenses” que en estas tierras habemos “mayas”, no “mayitas”… (esa odiosa palabrita que los fuereños emplean para referirse a nosotros).
Quince minutos antes de las diez de la noche y los políticos habían dejado el escenario y trasladado al oriente del entarimado a proseguir sus eventos. Unas luces que se desplazaban indicaban que ahí continuaban con sus rituales. Unos aplausos enardecidos nos hacían sonreír, porque previsores, los eficientes funcionarios suelen llevar a sus más devotos aplaudidores.
Dejamos Tihosuco un poco defraudados. Nada podía hacerse contra los elementos de la naturaleza, pero los horarios del programa pudo haberse respetado si se hubiera tenido el buen sentido común de sintetizar los eventos y los discursos. ¿Por qué hacer esperar sin necesidad a una noble audiencia?
Cuando abandonábamos Tihosuco, mientras buscábamos la salida rumbo a Dziuché y Peto, vimos a muchas familias caminar con sus linternas en manos regresando a su casa. Arribamos poco después de la media noche a Peto. Durante el trayecto el Arux Duende del Mayab nos contó anécdotas de su infancia y sobre las poblaciones donde pasamos hasta desembocar en Dziuché.
El Tihosuco a oscuras y la apropiación de la celebración por los funcionarios terminó siendo la metáfora de una realidad actual de los pueblos mayas que cada día se ven desplazados en su territorio y en sus decisiones como pueblo. Grandes declaratorias y grandes declaraciones no son sinónimo de mayor bienestar para los mayas.