Turcos y mayas temen a los eclipses de luna. ¡Qué coincidencia entre dos culturas tan disímiles y apartadas entre sí! Parece ociosa la cuestión, pero en un pasaje de “Laurence de Arabia” (de Richard P. Graves) se narra una escena que los mayas yucatecos que crecieron tierra adentro conocen bastante bien.
En uno de los choques entre turcos y una tribu árabe, en el desierto, los primeros llevaron las de perder a causa de un eclipse de luna. Apenas los turcos notaron el fenómeno perdieron el control y empezaron a hacer disparos al aire, a gritar, a golpear sus utensilios, haciendo ruido para conjurar la visión.
Esta “superstición”, como lo llama Graves, perdió a los soldados turcos en ese choque bélico.
En el Mayab ocurre una situación similar. Cuando ocurre un eclipse la gente golpea sus ollas, las cubetas de metal -ya en desuso- o lo que tenga en manos, produciendo ruido, para que la sombra celeste no devore a la Luna. A los niños los encierran en la vivienda, esa de guano, barro y piso de tierra, y los esconden bajo la mesa de los santos.
También durante este acontecimiento se aconseja a las mujeres en cinta no rascarse en ningura parte del cuerpo, porque el recién nacido podría traer una mancha negra (lunar) justo en el sitio equivalente de donde la madre se rascó.
El eclipse de Luna se llama “chí’ibaluna” (voz híbrida que significa morder a la Luna.) El lunar del niño también se llama chí’ibaluna.
No diremos que es una superstición pero la evidencia es más elocuente: muchos niños nacen con lunares aunque durante el embarazo nunca hubo un eclipse.
La Luna, el Sol y Venus son astros esenciales para los mayas, ya que en ellos los astrónomos aprendieron a medir el tiempo.