Después de su aparición y aclimatamiento crepitante, Yanni el Griego tomó asiento junto a su piano y habló al público. Agradeció su hospitalidad y en correspondencia intentó un saludo en la lengua milenaria del Mayab. “Un buen amigo me ha enseñado un saludo en maya”, explicó y de pronto ya estaba dicho el saludo y nadie (o casi nadie) notó en dónde se fueron las palabras mayas. El griego había querido decir “buenas noches” (ma’alob áak’ab), sabríamos casi enseguida, pero no pudo pronunciar las dos palabras explosivas.
“Lo intenté” sin embargo, aclaró en inglés, trasladado al español por una traductora.
A las 8:30 de la noche, bajo un cielo perdonador, el espectáculo dio comienzo. Yanni salió corriendo ligero al escenario, su melena ondulante, sus brazos vigorosos saludando al público que llenaba el atrio del Convento San Antonio de Padua, en Izamal, Ciudad de las Tres Culturas, bautizada Pueblo Mágico.
[pullquote] Agradeció Yanni el regalo de estar en Izamal, en Yucatán y en México, “un regalo de la naturaleza”. Y más adelante expresaría su deseo de regresar año con año al Festival Internacional de la Cultura Maya. [/pullquote]
Tres trozos de música abrieron el banquete de la noche, y antes de entrar de lleno al plato fuerte, el griego hizo una pausa para hablarle a la gente. Con voz engolada agradeció que desde su llegada lo hayan hecho sentirse un rey. Agradeció el regalo de estar en Izamal, en Yucatán y en México, “un regalo de la naturaleza”. Y más adelante expresaría su deseo de regresar año con año al Festival Internacional de la Cultura Maya.
Cada vez estoy convencido de que hay un gran sentimiento que mueve al hombre: el amor, confesó como preámbulo de Felitsa. Y de ese sentimiento surgió esta canción… que compuse para mi madre, confesó.
Y así arrancó un espectáculo de poco más de dos horas de música, que poco a poco iría desentumiendo las emociones de los más reacios a conmoverse. Los aplausos, primero tímidos y luego seguros y abundantes, sobrevinieron incluso en los pianísimos y en los silencios.
Yanni estaba ahí. Camisa negra, pantalones blancos y melena negra y rizada que hacía las veces de una capa parte de su atuendo. Esgrimió las notas con vigorosos movimientos de la muñeca y los dedos, y marcó los momentos clave de las ejecuciones con inclinaciones de cintura y ondulaciones de cabellera.
Los cámaras filmaban a la audiencia dócil a las ondulaciones de la música en que navegaba su autor, dando ligeros saltitos, afirmando con la cabeza y la sonrisa el desempeño brillante de sus músicos. Porque no era sólo Yanni la estrella. También había lugar para sus músicos. Se oyeron obras pensadas especialmente para su lucimiento: los violines, los teclados, el chello, la batería, la trompeta, el trombón, el bajo, el arpa durante el curso del espectáculo.
Nadie, o casi nadie, podía negar la buena vibra del griego. Y cuando el equipo de sonido calló súbitamente por un desperfecto técnico, Yanni se sintió más conmovido por la paciencia de los presentes, los cuales –dijo después en tono de broma– se las arreglan solos: que cantan (Cielito lindo y porras), hacen la ola y casi juegan fútbol…
El incidente ocurrió en su primer regreso de Yanni después de finalizado el concierto y haberse colocado la bandera mexicana en el cuello, atraído por las peticiones de más más más. Cuando estaba por tocar el primer acorde en su piano, las toneladas de equipo de sonido callaron.
Un silencio estrujante pero breve porque el Griego se puso a gesticular con la audiencia mientras el equipo de especialistas miraban atónitos y manipulaban los controles computarizados que estaba colocados exactamente detrás de quien esto escribe.
[pullquote] El fallo técnico pudo sacar a relucir la idiosincracia del yucateco, su gentileza y su comprensión con los que aprecia. (“Yanni te amo”, se oían voces aisladas de mujeres y de algunos hombres, a lo que él respondía “yo también”, pero antes, de broma: “no recuerdo haber pedido complacencias”). [/pullquote]
Hubiera sido tomado este silencio como parte del espectáculo, pero el Griego en persona agradeció muy conmovido la paciencia y tolerancia del público, y comparó el incidente con la realidad de la vida en donde los pequeños inconvenientes son inevitables.
No obstante, después de una ronda de gestos de consuelo del público a Yanni y sus músicos, unos gritos y chiflidos habían comenzado a oírse en la parte izquierda de la zona Diamante (¿o me engañaron los oídos?), actitud que no fue secundada por los demás.
“Mejor ni hubiera vuelto” (al escenario), pensaba el cronista, porque su presentación había sido hasta entonces brillante e impecable.
Sin duda Yanni estuvo más que agradecido por la naturaleza de la audiencia que tuvo esa noche en Izamal. El fallo técnico pudo sacar a relucir la idiosincracia del yucateco, su gentileza y su comprensión con los que aprecia. (“Yanni te amo”, se oían voces aisladas de mujeres y de algunos hombres, a lo que él respondía “yo también”, pero antes, de broma: “no recuerdo haber pedido complacencias”).
En las audiencias yucatecas no hay ningún “monstruo”.
El clima también fue clemente. En la penúltima pieza de la noche, Ode to Humanity, muchas personas comenzaron a salir presurosas por la amenaza de lluvia. Minutos antes, las gotitas muy leves habían hecho a muchos mirar al cielo oscuro y a otros extender las manos palmas arriba para sentir si en realidad lloviznaba.
Pero luego la fiesta continuó y pasado el trago amargo del fallo técnico vinieron más minutos de música que cerraron la noche de Yanni en Izamal.
Yanni quiso compartir también una reflexión que es una esperanza: experiencias de astronautas le han enseñado que visto desde el espacio, el planeta Tierra no tiene límites entre un país y otro, límites políticos que el hombre, nosotros, hemos inventado. Y que sueña con que un día el mundo será uno, sin divisiones de ningún tipo.
Y vino enseguida la pieza con que se despidió de la milenaria tierra de los mayas: Sueño de un hombre.