Todas las mañanas era la primera que se levantaba porque sabía que tenía una tarea que cumplir: cargar su palangana repleta de mercancía y salir a la calle.
Aguacates, amarillísimas flores de calabazas, calabacitas (xmejen k’úum), ciruelas grosellas o rosas, rosas rojísimas y todavía húmedas de rocío llenaban su palangana que se llevaba a la cabeza o a la cintura, y con lo mismo salía a la calle a pregonar a las puertas de las casas.
Bella Gloria, linda Gloria. Madrugadora Gloria.
No tardaba mucho en volver con monedas tintineantes en el sabucán y la palangana vacía. ¡Qué buena vendedora! ¡La mercancía se iba como por arte de magia!
Y resultó que sí era un asunto mágico.
“Ella es buena vendedora por una razón”, nos contó un día su madre cuando le alabábamos su buena mano para vender. “Una tarde que volvíamos a la cabecera del pueblo, después de varias semanas en la selva donde se cosecha el chicle, nos topamos con un grupo de monos que estaban particularmente alterados. Desde las ramas de los árboles nos gritaban y temiendo que nos fueran a atacar, el papá de Gloria disparó a la manada.
“Uno de los monos cayó al suelo, a unos metros delante de nosotros, y agonizaba. Por si no lo sabían niños, sépanlo: los monos cuando agonizan tienden la mano a los que tienen cerca y les estrecha la mano, y no hay que rechazar su ofrecimiento porque te regalan un don: el de ser buen vendedor.
“Ese día Gloria iba con nosotros. La bajamos del caballo y le hicimos darle la mano al mono agonizante. Así fue que Gloria obtuvo el don de vender… ”
Bella Gloria, linda Gloria. Madrugadora Gloria.
¡Cuántos días cuando no había nada que llevar a la boca Gloria regresaba jubilosa de vender sus rosas rojas y rosas rosadas, sus flores de calabazas o los aguacates, y nosotros al fin podíamos beber café aguado y dulcísimo acompañado de un pedazo de pan francés caliente.
Los monos son una monada. ¡Quién puede evitar detenerse de mirar siquiera un rato las acrobacias y sus monadas cuando se los topa en un lugar de cautiverio!
En una ocasión, junto a una aguada en Bacalar, colocamos nuestras cosas personales cerca de un árbol en donde se balanceaba un mono flaco encadenado, comprobado de que no las alcanzaba ni estirando las manos. Inteligentemente, la creatura se llevó nuestras cosas virándose y usando la cola en vez de las manos y resultando más inteligente que nosotros.
En los pueblos mayas, en los tiempos del marañón, suele hacérseles a los niños un amuleto con la semilla del fruto que, vista en cierta forma, tiene la forma del rostro de un monito. Se sienten orgullosos y afortunados los niños que llevaban un amuleto de este tipo, sujetado al cuello con un hilo negro.
Según las tradiciones de nuestros pueblos originarios, los monos no son completamente ajenos a nosotros. Ellos tienen algo nuestro y nosotros algo de ellos.
¿De dónde se originó esa tríada de monitos, fingiendo uno que no ve, otro que no oye y el último que no habla?
En nuestra cultura maya moderna persiste la magia de la herencia de nuestros antepasados.
En la memoria del cronista persiste la imagen de la buena Gloria desapareciendo con su colorida palangana sobre la cabeza, y regresando sonriente después de su meteórica venta.