Caminamos el monte de Chablekal en pleno medio día, pero el sol se mostró clemente a pesar de todo. Nuestro guía se detenía de cuando a cuando y exclamaba: “estamos en chik’in (Poniente)” o bien, “estamos en xaman (Norte)”.
Nos sentimos seguros con él cuando vimos la seguridad con que se orientaba sin tener en las manos una brújula o un dispositivo GPS. Y lo seguimos por veredas y más veredas (t’u’ul bej le llamamos en lengua maya, es decir, el camino del conejo).
“¿Conoces entonces bien estos montes?”, le preguntamos. “Claro”, responde. “Desde los 10 años ya andaba por estos montes y los conozco muy bien”, señala orgulloso. Tendría ahora unos 25 años. Y lo demuestra desplazándose él mismo como un venado por los vericuetos de la selva baja.
Estamos en un área posterior a los terrenos del llamado Country Club. Es “la ampliación”, nos dicen.
Estos árboles, estas veredas, estas piedras milenarias serán arrasadas más temprano que tarde por maquinaria pesada y usadas para construir recintos que serán adquiridos por los pudientes.
“En esta área hay muchos venados”, señala, haciendo un gesto de abanico con la mano. “¿Venados?”, decimos sorprendidos. “¡Sí, venados”, nos confirma.
“Cuando construyan aquí”, añade, “todo este monte desaparecerá; todos los animales se irán o morirán; todos lo venados se irán… “, agrega un poco con la mirada perdida. Y nosotros, intrusos, no alcanzamos a comprender lo que significaba aquello para él.
Los venados…
Primero desaparecieron los faisanes…
“Los venados”, dice, “viven en esta zona y son muchos. Los vemos con frecuencia. Ellos beben agua de las sartenejas que estos días están llenas por las lluvias. Y si no, beben el rocío de las hojas al mismo tiempo que se las comen”, nos explica.
La camioneta traquetea en un camino difícil, bajamos y andamos largo trecho de monte. No vemos ningún venado pero en nuestra mente han comenzado a retozar como en tiempo de lluvias.