Sus mejores maestros fueron los árboles, los pájaros, las mañanas, las madrugadas… y los huracanes. “Cuando era apenas un niño y mi padre me hacia levantarme cuando todavía estaba oscuro para que lo acompañe a la milpa, recuerdo que mientras caminábamos me impresionaba mucho la atmósfera que nos rodeaba. Recuerdo el canto de los pájaros cuyos nombres luego aprendí; recuerdo la magnificencia de los árboles cuyos nombres también me aprendí.”
No lo dice, pero Santos Esteban Chuc Caamal, de 44 años, posee una notable sensibilidad e inteligencia que lo ha conducido hasta la posición en que está ahora como artesano en Yaxunah, población que dista veinte kilómetros de Pisté, cerca de Chichén Itzá.
A la puerta de su domicilio nos recibió primero un perrito muy ladrador, al que una mujer alejó casi inmediatamente. Preguntamos por Santos Esteban y, sí, aquí vive; van por él. Al rato se asoma un hombre de baja estatura, de camisa blanca desabotonada, mirada como extraviada.
–¿Santos Esteban?
–Sí, sí está.
–Queremos saludarlo…
–Soy yo.
No estaba seguro de qué tipo de persona esperaba pero no del tipo de Santos Esteban. Un hombre que aparenta ser un muchacho, pero que más adelante durante la charla– nos enteramos que es padre de dos jóvenes, el mayor de ellos ya casi profesional universitario, de 23 años, y una niña de 13.
Nos invita a pasar y a conocer su “taller”, pues es un reconocido escultor en madera y si bien manufactura en general la fauna del medio, su especialidad y por la que es reconocido son los pájaros. Sobre la mesa los había de todo tipo, unas aves terminadas, otras sin la pintura que todavía espera en pequeñas vasijas.
“Soy campesino, soy agricultor”, nos dice, y comienza a contarnos su ruta hasta llegar a ser un “tallador de madera”, como les llaman por el rumbo.
“Ahora tallo madera y fabrico animalitos, pero no fue siempre así. Soy campesino y todavía hoy hago milpa, aunque no como antes. Los dos huracanes fuertes que nos han pegado [Gilberto e Isidoro] me han obligado a aprender este oficio. Siempre he visto a gente esculpir la madera y me ha llamado la atención, ‘me gustaría intentarlo’, pensaba, pero nunca lo hice hasta después del huracán Isidoro, que nos dejó a los campesinos de esta área en la total desamparo”.
“En septiembre de 1988, todavía hacía milpa con mi padre, trabajábamos juntos. Con mucho esfuerzo hicimos 300 mecates de milpa pero desgraciadamente el huracán Gilberto lo barrió todo y nos quedamos sin nada. La milpa era de mi padre y fue él quien lo sufrió más y yo, demasiado joven, con 16 años, no alcanzaba comprender totalmente su tristeza y abatimiento hasta muchos años después.
“Cuando Isidoro llegó a Yucatán en septiembre de 2002 yo hacía milpa solo. Más cauto entonces, tenía tres hectáreas de milpa y todo iba bien hasta que el huracán lo destruyó y entonces comprendí que el pesar de mi padre al perder su milpa no era exagerado.
“Epocas difíciles. Sobrevivimos pero entonces aprendí la lección porque sigo hciendo milpa pero no me esperanzo totalmente de ella. Muchas cosas puedes suceder, pensaba. “Debo hacer algo además… “, pensaba.
“Y en aquella época, hacia los finales de los noventa, estaba cobrando auge los programas de capacitación de artesanos y veía a personas que iban y venían con sus esculturas de madera, y me propuse imitarlos. Así que compré una escultura de los que hacían los vecinos y lo estudié, lo observé bien y lo intenté reproducir. No me salió bien pero seguí intentando. Cuando me sentí seguro me hice de buenas maderas e hice mis primeras figuras con la idea de venderlas. Recuerdo que hice una iguana, una ardilla, un jabalí, un cochino y una rana. Para qué te cuento: no logré venderlos y terminé regalándolos a mis amigos en ocasiones especiales como bodas, XV Años o cumpleaños, y me da mucha alegría llegar alguna vez a sus casas y ver mi escultura en un lugar especial”.
Santos Esteban habla con voz ecuánime, sentado en un banquillo, junto a la mesa donde tiene colocadas todas sus figuras. Dos amigas que acompañaban al cronista miraban y elegían qué comprar.
Sobre la mesa también hay frascos de miel, todos etiquetados. “Los mando etiquetar porque he aprendido que sólo así pueden subir a los aviones”, explica Santos Esteban con los pies sobre los talones, la camisa abierta.
Mucho trabajo, mucha dedicación. No se cree un maestro consumado pero su dedicación le ha granjeado buenas amistades y en el pueblo lo aprecian.
Comenzó a ser conocido pronto pero en 2008 mejoró tras ganar un premio del Fondo Nacional para el Fomento de las Artesanías (Fonart), con una pieza que representa una iguanita, y no ha parado de trabajar en lo suyo desde entonces con más ahínco, lo cual no le impide participar en eventos importantes para la comunidad, por ejemplo como guía de observadores de pájaros. “He sido invitado en tres ocasiones en eventos importantes y mi equipo se ha llevado algún premio”, recuerda con modestia. En noviembre de 2015 tuvo que rechazar una invitación porque tenía demasiados compromisos contraídos.
Hace dos años, en noviembre de 2014, se adjudicó el tercer lugar en el Concurso regional de madera, bordado, talabartería y bejuco, que tuvo lugar en Temozón, Su propuesta fue una familia de armadillos: mamá, papá y dos hijos.
Obras de Santos Esteban pueden verse en el Gran Museo. Por ejemplo, un mapache, una serpiente y una iguana, y nos complace sobremanera constatar que el Gran Museo le ha hecho llegar un ejemplar del volumen fotográfico de su acervo, estando el artesano tan lejos de Mérida.
Puede contactarse a Santos Esteban en el teléfono celular 9851-07-90-39. Las llamadas llegan porque nuestro amigo ha tenido el acierto de colocar una antena. Pueden adquirirse sus piezas a partir de 100 pesos.