Tres o cuatro horas caminando bajo el sol, hundiendo los pies en la hojarasca y en la tierra roja ahora con una fina alfombra cubriéndola, luego de las quemas. Sed, mucha sed, y el agua de las botellas se ha calentado.
En breve descanso debajo de unas palmas, todos recuperamos el aire.
–¿Usted ha oído hablar a las culebras llamadas xchaay kaan?
–¿Ah, las que dicen que cantan? La verdad es que no las he escuchado, pero sí las conozco. Una vez vi huir a una entre las ramas de los árboles. Fue saltando, velozmente, de rama en rama hasta desaparecer en la lejanía. En otra ocasión la vi huir sobre los matorrales y hacía un ruido como de silbido al irse zigzagueando.
La que he visto es la ek’neil que dicen es la más peligrosa de todas las víboras porque en una pelea termina devorando a la mismísima víbora de cascabel. ¡Ay, amigo!, esa víbora es peligrosísima y su mordedura te mata en minutos. Es la más veloz que se conoce por estos rumbos y cuando huyen uno sólo puede ver entre las yerbas su silueta ondulante que se aleja refulgiendo (chen ka wilik u bin u lelets’áankil).
Poco antes, en un tramo de k’áankab, un área cubierta de la caña seca de los elotes, nuestro guía había traído a colación el terrible tema de las víboras y serpientes con un hecho trágico acaecido hace un mes.
–En esta parcela ocurrió hace un mes una tragedia. El milpero (koolnáal) se topó con una culebra llamada kuyum kaan. Como el hombre llevaba su rifle, mató al reptil de un balazo sin pensarlo mucho. El campesino se acercó a inspeccionar el cuerpo del reptil cuando éste agonizaba todavía, lo cual fue un error ya que estas grandes serpientes llevan su “protección” en su piel. Al morir liberó una especie de rocío invisible que bañó la espalda del milpero que murió unas horas después en su casa, después de almorzar. Su esposa relató lo referido por su esposo y el tema fue muy comentado en la comunidad.
“El kuyum kaan es inofensivo, amigo, no es venenoso y cuando lo ves es mejor dejarlo ir. Ellos crecen grandes y pueden tragarse enteros a un mapache (k’ulu’) o a una liebre (t’u’ul)”.
Hablamos sobre las tsáab kaan (víboras de cascabel) y enriquece mi comentario sobre los cuatro tipos de cascabeles (rojas y negras, chak yéetel boox; blancas y amarillas, sak yéetel k’an).
–Pues, amigo, yo te voy a decir una cosa. Aquí todos sabemos que la cascabel roja es la más agresiva, la que está más dispuesta a atacar. Cuando nos topamos con una cascabel lo primero que hacemos es cerciorarnos de qué color es. Si es roja la recomendación es unánime: ¡”aléjense, que es una xchak tsáab kaan (cascabel roja)”.
En cambio, las otras cascabeles (blanca, negra o amarilla) son más pacíficas. “Puedes pasar junto a ellas y siguen enrolladas, durmiendo plácidamente”.
La caminata se vuelve peligrosa por momentos. Troncos delgados y carbonizados que asoman en el tzek’el (lajas a flor de tierra con alguna yerba apenas) y en el ch’ich´tuunich (área cubierta de abundantes piedrecillas que cubren la tierra) nos hacen aminorar el paso.
Estamos a unas decenas de metros de la misteriosa gruta en donde los cazadores mayas afirman vive una serpiente enorme con cabeza de perro y plumas de ave, pero el humo y fuego que nos amenazaron con el brusco cambio de dirección del viento nos salvan de mostrar nuestra dudosa valentía, haciéndonos huir con una rapidez extraordinaria de donde habíamos llegado con tanto esfuerzo.