Dos historias del Mayab: el milagroso sobador de Yobaín y el brujo de Dziuché

POR Gilberto Avilez Tax

Enrique Sierra Erosa, el sobador de Yobaín. Fotografía encontrada en el artículo de Jorge Moreno

Enrique Sierra Erosa, el sobador de Yobaín. Fotografía encontrada en el artículo de Jorge Moreno

Buscando información para un texto sobre los gentilicios de los pueblos cercanos a Mérida, puse en el Google la palabra Yobaín y me apareció un excelente trabajo del periodista de lo enigmático y de lo esotérico en Yucatán, Jorge Moreno, hablando sobre un llamativo huesero de ese pueblo al norte del estado, encajonado entre el Golfo de México, Dzidzantún, Cansahcab, Motul y Sinanché.[1]

Moreno habla sobre los milagros de quien fuera en vida don Enrique Sierra Erosa, un quiropráctico lírico, huesero o, como el vulgo generalmente se refiere, un sobador que componía todas las dolencias de cadera, columna, discos herniados, cuello descoyuntado, y cualquier hueso desencajado o luxación posible. Pero la historia del legendario sobador de Yobaín, no es un caso paranormal, ni tampoco un caso del embuste y superchería milagrera, sino que está comprobado por innumerables informes de personas curadas por el huesero a lo largo de más de cincuenta años. Sin embargo, la historia de Sierra Erosa, mutatis mutandis, me recuerda a otros homeópatas famosos que tienen registrado, no los anales del periodismo, sino los de la literatura caribeña, como Blacamán el malo, vendedor de frasquitos de específicos y hierbas de consuelo, dueño de un poderoso contraveneno de su invención, que pregonaba a grito herido por los pueblos desolados y polvorientos de la costa caribeña colombiana, diciendo convencido que su pócima increíble era capaz de contrarrestar hasta los efluvios asesinos de la mapaná, la terrible Bothrops atrox, nos cuenta el fabulador de Aracataca.

Igualmente, el sobador de Yobaín me recuerda a María Chan Rosado, la mayor curandera del sur de Yucatán y herpetóloga “lírica” (Chan Rosado ha evidenciado que la cascabel se aparea con la cuatro narices, y una de estas con la coralillo, produciendo géneros híbridos de víboras con venenos el doble de poderosos), y al sabio curador de picaduras de ofidios del oriente del mismo estado, Alfonso Ay Dzib. Tanto Chan Rosado como Ay Dzib, fueron entrevistados por el waayólogo y escritor fascinado por el significado de la serpiente en la cosmovisión maya, antigua y moderna, José Natividad Ic Xec.[2]

Del mismo modo, Sierra Erosa me recuerda a don Magdaleno Rosado, tío tal vez de María Chan Rosado, un famoso yerbero del pueblo de Tzucacab que en la década de 1930 y buena parte del siglo XX, curó todas las picaduras de las más peligrosas serpientes del sur de Yucatán mediante sus artes yerberas que consistían en desinfectar la zona picada, pinchar para sacar la gangrena venenosa, poner emplastos con hierbas de la región, taparlo con apósitos, y darle al moribundo un “líquido especial” con el que lo rescataba de una muerte segura por mordedura de víbora. El periodista don Evelio Tax Góngora, en su librito en el cual hemos extraído los trabajos de don Magdaleno Rosado, cuenta que a finales de la década de 1920 y principios de la siguiente, los enormes cañaverales de los ingenios azucareros de Kakalná y Catmís, en producción todavía de la sacárida, eran los escondrijos predilectos de cientos de víboras como la nauyaca, la coralillo, la cascabel o la terrible wolpoch, por lo que trabajo no le faltaba a don Magdaleno. La fama de este yerbero, dicen las crónicas de Tzucacab rescatadas por don Evelio, se expandió por todo Yucatán y fuera de sus fronteras, y un día un grupo de zopilotes en albas batas, los químicos de alguna farmacéutica de Mérida, llegaron a Tzucacab para que Magdaleno les contara sus secretos, con la promesa de que si colaborara con ellos, patentarían un antídoto con su nombre que harían recordarlo para la posteridad, y le darían parte de las ganancias. Al principio, reacio y suspicaz, don Magdaleno terminó por aceptar, se fue a Mérida con sacos de sus pócimas a base de sábila y otros hierbajos, les enseñó a los químicos cómo preparar el específico, y al mes regresó a su pueblo más pobre que nunca: el anti viperino, en efecto, se comenzó a vender, pero Magdaleno no vio su nombre en los frasquitos de la posteridad, y ningún centavo recibió.[3]

Pero las semejanzas del huesero de Yobaín, no hay que buscarlas con Blacamán el malo, ni con los curanderos de mordeduras de víboras de Yucatán, sino con un personaje enigmático que un día llegó a un pueblo de Quintana Roo y se convirtió en la fuente de su economía. Me refiero al brujo de Dziuché. Primero, hablemos de los “milagros” que realizó en vida don Enrique Sierra Erosa, siguiendo lo que Moreno logró rescatar para memoria futura, así como algunas anécdotas recogidas de comentadores del artículo de Moreno. Posteriormente daremos una estampa del no menos famoso brujo de Dziuché.

Sin extenderme demasiado en el sobador de Yobaín,[4] apuntemos que Moreno describe a Sierra Erosa como el “hombre leyenda de Yucatán y de México”, “el legendario sobador de Yobaín”. No discutiré las apreciaciones de empatía de Moreno –las cuales compartimos desde luego- pero si apuntemos que Sierra Erosa practicó sus artes de ceramista del cuerpo humano durante más de medio siglo desde el pueblo “sobre el lagarto o cocodrilo”, o el pueblo del “lagarto o caimán desbaratado o desconcertado”, etimología de Yobaín que discute con erudición el sabio lexicólogo del maya yucateco, don Santiago Pacheco Cruz, en su tantas veces citado Diccionario de toponimias mayas.

Fueron miles las personas que pueden dar fe de este hombre que tal vez tenía la arcilla de Jesucristo en sus manos con las cuales recomponía las dolencias del barro de los hombres: a Yobaín venía gente de todos los confines que oyeron por radio bemba el milagro de Yobaín. Del Distrito Federal, de Veracruz, de Puebla, hasta de Cuba y Estados Unidos, los tullidos, los aquejados de la columna, los dislocados de la vida, iban, con su fe por delante, a ver al portento de Yobaín. Homenajeando al famoso huesero, en la página del municipio en la Wikipedia, se puede leer lo siguiente:

Alcanzó renombre internacional el municipio por la presencia en su cabecera, durante muchos años, de un terapeuta empírico (quiropráctico) que realizaba curaciones virtualmente milagrosas y que atendió a un numeroso público foráneo que acudía atraído por la fama de este ‘huesero’. Se llamó Enrique Sierra Erosa y falleció, después de más de 50 años de práctica, en 2006. Sus descendientes heredaron la profesión.[5]

Pero habría que decir, que Sierra Erosa, no engendró hijo alguno, pero enseñó sus artes a tres de sus sobrinos, aunque no se comparan con el don que tenía el maestro. Moreno refiere que la capacidad cuasi milagrosa del huesero, provocó que hasta varios doctores “fueran a verlo, en calidad de incógnito, para descubrir sus métodos y principalmente, si en realidad curaba a las personas, pues hasta gente que iba en camilla o en silla de ruedas, regresaba a su casa caminando”.[6]

En una esquela escrita el día de su fallecimiento (junio 30 de 2006), se lee que por las enigmáticas y difíciles (de explicar con la luz de la ciencia) artes de este humilde huesero que curaba tanto a pobres como a famosos,  Yobaín, que no tenía nada digno de contarse en los anales de la historia yucateca, fue puesto en el mapa internacional. Hombre de campo, la descripción física y de sus atributos de huesero están consignadas en esa frugal esquela virtual: fornido y alto, sus manos, aquel par de manos yucatecas que remediaron las dolencias de más de cinco generaciones de hombres venidos de todas partes, eran grandes y fuertes; pobres y ricos, señores don nadie y “famosos” de la cantada en México, llegaron a verlo a Yobaín. A todos los atendió de manera amable y sencilla don Enrique, un autodidacta que murió de mal de Parkinson. Las manos que curaron a tantos, no se curaron así mismas, dirían los escépticos; pero los que siempre buscan el portento, dirán que debido a que esas manos absorbieron tantas dolencias, el Mal de Parkinson, la tembladera sin resuello, se le presentó.

La casa del sobador de Yobaín. Fotografía tomada del artículo de Jorge Moreno

La casa del sobador de Yobaín. Fotografía tomada del artículo de Jorge Moreno

En los 83 comentarios que suscitó la nota de Moreno, entresaqué algunas anécdotas que refieren algunas de sus curas milagrosas. Para buscarle explicación científica al trabajo de Sierra Erosa, alguien que lo visitó para que la curaran, encontró en su gabinete de trabajo símbolos e ideogramas chinos, y que en su consultorio tenía muchas fotografías y otras cosas del tiempo en que estudió en China, y que de ahí provenían sus técnicas.  Otra persona refirió lo mismo: don Enrique Sierra Erosa no fue un semi Dios o uno de los discípulos perdidos del Cristo, sino que, más bien, aprendió la quiropráctica de unos chinos que llegaron un día a Yobaín, y que tomaron como aprendiz al muchacho Sierra Erosa y que al partir lo llevaron a sus lejanas tierras para que perfeccionara sus conocimientos de la milenaria medicina quiropráctica china, con el objetivo de que regresara a su pueblo con ese don de la cultura médica de los hijos de la gran Muralla, sedimentada por largos milenios de estudio.

Humilde, sus trabajos eran motivados por el amor que sentía por el prójimo: a la gente pobre y sin recursos no les cobraba. Hay personas que vieron cómo curó a una mujer con parálisis cerebral que no podía caminar; la mujer salió con pasos ágiles de su consultorio,  y sin ningún problema más en la cabeza. Lo que no podían hacer los médicos de México, de Mérida o de Texas, don Enrique Sierra Erosa, desde su humilde casa donde oficiaba, lo hacía. Hacía caminar a los paralíticos, les daba vista a los ciegos, recomponía huesos, salvaba los discos averiados de la columna, atornillaba bien los esternones, los homóplatas enchuecados los hacía pararse erguiditos. Dicen las crónicas de ese pueblo, que la virtuosidad de sus manos podía hasta curar la esterilidad de las mujeres que no podían concebir. De igual modo, las crónicas del “pueblo del caimán desbaratado”, aseguran que Sierra Erosa hacía de los impotentes, sementales patriarcas.

Un día, a Yobaín llegó el mismísimo Antonio Aguilar. Meses antes, el famoso cantante y actor había caído de un caballo. Nadie excepto el legendario huesero de Yobaín, lo pudo curar. Como agradecimiento eterno, Antonio Aguilar le regaló un caballo finísimo.

El brujo en el centro del madero

Ahora hablemos del otro personaje que nos hemos de ocupar, me refiero al brujo de Dziuché. Antes que nada, deseo dar las gracias a la joven antropóloga Silvia Chuc Aburto, pues la información que voy a verter ahora del Brujo de Dziuché, se debe a información que, a petición mía, amablemente me proporcionó.[7]

Dziuché, que para el mayista Santiago Pacheco Cruz significa “en el centro del madero o de la caña”, y que para otros se traduce como el “pájaro en la madera”, es un pueblo que en tiempos de la reactivación de la industria del azúcar al sur de Yucatán a fines del siglo XIX,[8] era uno de los ranchos cañeros más importantes, entroncado con los ingenios Catmís, Kakalná, Hobonil y Santa Rosa.  Está localizado en tierras más o menos profundas de la península (la zona de transición a “la Montaña” al oriente y sur de la península), y perteneció en el Porfiriato tardío a Raimundo Cámara, un rico hacendado que reactivó la industria cañera al sur de Mérida, y que fue suegro de José María Pino Suárez. En el periodo 1909-1910, la finca Dziuché producía 12,000 kilogramos de azúcar, y otros 10,000 de miel. Después del declive de los trapiches yucatecos, Dziuché fue abandonado como ingenio, pero sus ricas tierras fueron agenciadas por el dueño de la hacienda Santa Rosa, Armando Medina Alonso, cuyo latifundio ganadero, construido mediante la industria extractiva del chicle, llegó a tener una inefectabilidad ganadera en 1950 y que duró hasta 1970, cuando en el periodo de Luis Echeverría se le desmontaría buena parte de sus 12,000 hectáreas de ricas tierras.[9] En todo ese lapso comenzado entre el periodo revolucionario, postrevolucionario y hasta el Echeverriato, las tierras de Dziuché, que lo mismo servían como descanso y bodegas, fueron traspasadas anualmente por las innumerables arrias de mulas que llevaban a los chicleros de Peto a explotar los zapotales del otrora Territorio de Quintana Roo, y que a la vuelta traían las marquetas del chicle. Muchos de los pobladores actuales de Dziuché, así como de pueblos a la vera del camino que va de Peto hasta Felipe Carrillo Puerto, como José María Morelos, o La Presumida, son descendientes directos de esos antiguos chicleros que recorrían la antigua “Montaña chiclera” en busca de la resina del latex, y que decidieron fundar o repoblar esos lugares porque la tierra era más fértil y la producción de maíz era el doble o el triple de lo que se podía obtener de las pedregosas tierras del ejido de Peto.[10]

diario

La historia económica de Dziuché posterior al declive del chicle en la década de 1950, como perfectamente lo señala una nota de prensa, es de claroscuros: desde los periodos de auge y movilidad económica producido por el proyecto federal Justicia Social en 1970, cuya agricultura de exportación no duró ni un parpadeo por más que se trajo gente de la ex zona henequenera para trabajar los campos, así como campesinos sin tierra de Sinaloa; hasta desembocar en el marasmo económico actual.[11] En 1972, la ampliación del perímetro libre para el comercio exterior de la frontera más cercana con Belice, hizo de Dziuché el paraíso de la fayuca para los yucatecos, que venían gustosos a comprar sus quesos de bola, sus quesos nórdicos, los licores caribeños y la mantequilla danesa de lata azul; así como diversos aparatos electrónicos que eran muy caros de adquirir en Mérida. A inicios de la década de 1990, con la suscripción del GATT (Acuerdo General sobre Aranceles Aduaneros y Comercio) por parte de México, Dziuché muere económicamente en el rublo de la fayuca, ya que el GATT permite la libre circulación de importaciones por el país: las cosas que antes sólo se conseguían en Quintana Roo, se comienzan a encontrar en Mérida.[12]

El último rescoldo de vida del hoy casi pueblo fantasma de Dziuché, según Cirilo Flota Medrano,[13] lo representa precisamente el famoso brujo de Dziuché, George Gómez Leslie, quien se estableció en ese pueblo, y “su fama como un poderoso brujo, traspasó fronteras y llenó bolsillos”.[14] Durante más de dos décadas, las artes de curandero de Gómez Leslie dinamizaron a Dziuché, pues a ese lugar, que tampoco aparecía en los mapas, comenzaron a llegar gente de todos los rincones del país para ser curados por el brujo. Llegó un momento que hasta once autobuses repletos de personas del centro del país llegaba a Dziuché, y esto dio un gran dinamismo al comercio del pueblo (el negocio de los tricitaxistas comenzó con el brujo, los tricitaxistas se encargaban de llevar a los pacientes en camilla, del consultorio hasta el lugar donde se quedaban), pero también de lugares cercanos como Peto, Tekax o José María Morelos, lugares donde se hospedaban los visitantes del brujo.

A su muerte, ocurrida entre 2008 y 2010, Dziuché decayó nuevamente, y ni la verdosa laguna de Chichankanab, el único cuerpo de agua del centro de la península, ni proyectos ecoturísticos como una ruta de los conventos de Quintana Roo cercana, o un serpentario natural situado en el pueblo de Kantemó, han hecho mucho, pues casi toda la población joven sale rumbo a Mérida, a Chetumal, o al norte de Quintana Roo en busca de fuentes de trabajo. Una nota aparecida en el oficioso Diario de Quintana Roo hace unos años, escrita por un tal Tony Blanco, en su título resumía casi a la perfección lo que le ha pasado a ese pueblo después del fallecimiento del brujo: “Extrañan al brujo de Dziuché”.

¿Pero qué se puede decir más del brujo de Dziuché? Para Silvia Chuc, George Gómez Leslie, al contrario de lo que dice la página de Wikipedia con la entrada de Dziuché, no fue un médico maya:[15] George Gómez Leslie era un negro de Belice. La gente de Dziuché no sólo lo veía como un proveedor y movilizador económico del pueblo, igual lo han catalogado como cacique, otros como guía, y algunos más como tirano. Gómez Leslie llegó a Dziuché como transportista, y se casó con una muchacha del pueblo. Las crónicas de Dziuché, recogidas por Chuc Aburto, señalan que el brujo no comenzó a curar sino como a los 15 o 20 años de haber llegado al pueblo.[16]

¿Y cómo curaba el brujo? La técnica de curación era a través de cortes al cuerpo donde supuestamente estaba la enfermedad, valiéndose de un utensilio filoso. “Jamás lo vi, pero dicen que se sentía cálido, no como un cuchillo común”. Los cortes se hacían en forma de cruz, y el brujo “diagnosticaba” con un huevo en un vaso. Sus técnicas eran africanas, una mezcla de “palo mayombe”[17] con algo de las supercherías de la región. Dicen que tenía una liguilla hecha de coco con forma humanoide, y que esto era como la materialización de los espíritus que lo ayudaban a curar. “La curación –cuenta Silvia Chuc- la aprendió de joven cuando trabajó de cocinero en un barco mercante”. Un brujo más experimentado, seguramente africano, le enseñó sus artes secretas al pupilo Gómez Leslie, pero le indicó que no podía curar a nadie hasta que él, su maestro, muriera. Gómez Leslie siguió al pie de la letra la recomendación de su maestro.

Pero el brujo, además de curar a los enfermos con sus rituales del Congo, sus cocos humanoides y sus huevos literalmente ahogados, casi llegó a ser dueño de medio pueblo. Su talante como persona y la apreciación que los de Dziuché tienen o tenían por el brujo, era muy distinta al cariño que Yobaín llegó a sentir por su famoso huesero. “El brujo era famoso por ser vulgar, pito flojo, borracho, mandón y vengativo”. Sabía que de su actividad, el pueblo vivía de él,  y tal vez por eso se daba sus poses de pequeño sátrapa negroide de Dziuché, además de que tal vez muchos le temían por sus dones siniestros.

El brujo falleció repentinamente, no sabe de qué, pero se piensa que su mujer, la muchacha con la que se casó más de treinta años atrás cuando era un simple transportista, lo mató usando brujería para quedarse con todo, y por venganza, porque el brujo la engañaba. Según los testimonios, la mejor discípula de Gómez Leslie, no invitó a nadie al entierro, y tal vez nadie quiso ir. Dicen que la mujer, para asegurarse de que Gómez Leslie no regresara del averno,  le puso cadenas al ataúd. Después de la muerte del brujo, Dziuché decayó en un crisis económica que dura hasta el día de hoy. Muchos piensan que eso se debe a que el brujo maldijo ese poblado. Como los discípulos del huesero de Yobaín, el discípulo del brujo de Dziuché fue malo para aprender las reglas del Congo, tal vez porque no es, como su maestro, de estirpe camerunesa.

 

[1] Jorge Moreno, “Los milagros de don Enrique Sierra Erosa. Son miles las personas a las que curó, sólo con sus manos, el legendario sobador de Yobaín”,Milenio Novedades, 8 de abril de 2013.

[2] Cfr. José Natividad Ic Xec, La mujer sin cabeza y otras historias mayas, México, CIESAS, 2012. Igual véase mi artículo Un Chilam Balam de los tiempos modernos: José Natividad Ic Xec”, Desde la Península, 6 de mayo de 2015.

[3] Cfr. Tax Góngora, Evelio (2002), Leyendas, ceremonias y pasajes del Mayab, México, Maldonado Editores del Mayab con apoyo del PACMYC, CONACULTA, Gobierno del Estado de Yucatán, Instituto de Cultura de Yucatán, Instituto de Culturas Populares de Yucatán, pp. 104-105.

[4] Remito al lector al texto precitado de Jorge Moreno.

[5] https://es.wikipedia.org/wiki/Yoba%C3%ADn_(municipio)

[6] Jorge Moreno, “Los milagros de don Enrique Sierra Erosa”.

[7] Esta antropóloga chetumaleña realizó sus primeras prácticas de campo como parte de su formación en la ciencia antropológica, en el pueblo de Dziuché, atraída precisamente por la idea de querer investigar la dinámica del pueblo de Dziuché en torno al brujo.

[8] Cfr., mi trabajo sobre este tópico Gilberto Avilez Tax, “La región de Peto a finales del siglo XIX y comienzos del siglo XX: paisajes rurales de los hombres de las fronteras”, Boletín AFEHC N°62, publicado el 04 septiembre 2014, disponible en:

http://afehc-historia-centroamericana.org/index.php?action=fi_aff&id=3820

[9] Cfr. “Santa Rosa: nueva esperanza sobre las ruinas del fracaso”. Diario de Yucatán, 30 de junio de 1980. RAN, Mérida, c. 174, expediente 1457, poblado Yaxcopil. “Decreto-Concesión sobre inafectabilidad ganadera del predio Santa Rosa y anexas en Peto, Yuc”. Diario Oficial de la Federación, 6 de diciembre de 1951. RAN, Mérida, expediente núm. 23/571, asunto Dotación local, poblado Justicia Social (antes Santa Rosa), f. 9.

[10] Cfr. Sobre esta pequeña síntesis de Dziuché, cfr., mi tesis Paisajes rurales de los hombres de las fronteras: Peto (1840-1940).

[11] Cfr. RAN, Mérida, expediente núm. 23/571, asunto Dotación local, poblado Justicia Social (antes Santa

Rosa)

[12] Comunicación personal del doctor Jesús Lizama Quijano, investigador del CIESAS Peninsular, Mérida, 25 de enero de 2016.

[13] Flota Medrano ha sido dos veces alcalde de ese pueblo perteneciente al municipio quintanarroense de José María Morelos.

[14] “La comunidad de Dziuché ha tenido claroscuros”, artículo en línea.

[15] Trascribo lo que se dice en Wikipedia de Gómez Leslie: “Dziuché tiene un médico maya, el médico naturista mejor conocido en el pueblo como el brujo o “el negro”, tiene mucha popularidad por ser catalogado como excelente, siendo visitado por personas famosas y celebres como políticos y artistas de renombre a nivel nacional a quienes ha curado”. Enhttps://es.wikipedia.org/wiki/Dziuch%C3%A9_(Quintana_Roo), consultado el día 25 de enero de 2016.

[16] Comunicación personal de la antropóloga Silvia Chuc Aburto, 25 de enero de 2016.

[17] O las reglas del Congo, son un conjunto de creencias, ritos y advocaciones del África bantú, desarrolladas en América por los chamanes de los esclavos africanos.

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